EL VUELO DEL RELOJ
Patricio era una excelente persona, honrado, trabajador, muy buen padre y excelente esposo, muy bien considerado en su empresa siempre dispuesto a echar una mano a cualquiera, pero después de cuarenta años de trabajo, estaba deseando pasar a mejor vida, no al cementerio, no seaís mal pensados, él considera pasar a mejor vida no tener que seguir fichando a las siete de la mañana, poder quedarse en casa con su querida esposa y sus hijos, poder disfrutar del merecido descanso, salir de vacaciones con su familia, en fin disfrutar de la vida después de tantos años de trabajo y tantas estrecheces económicas, ya que los sueldos en su empresa después de la jodida crísis habían sido recortados; la única ilusión que le quedaba, era la promesa que le había hecho a su esposa: («el día que me jubile, verás donde va a ir a parar este jodío despertador, que me ha estado dando la castaña durante cuarenta años, va a salir volando por la ventana»).
Ese tan esperado y deseado vuelo del despertador, estaba a punto de realizarse, calculó mentalmente y descubrió que estaba a 259.200 segundos, que dividió entre 60, quedándose a 4.320 minutos, volvió a teclear mentalmente la división entre 60, y resultó que estaba a 72 horas o sea a 3 días de su tan deseada jubilación, también se dió cuenta, que a medida que bajaban las cantidades subía su estado de ánimo, y aún faltaba la guinda del pastel, que consistía en un premio que concedía su empresa a la permanencia y jubilación. Dicho premio consistía en un reloj de pulsera con un baño de oro y un crucero por el Mediterráneo para dos personas.
Pasados los 3 días, Patricio abandona con algo de tristeza su empresa al recordar los buenos ratos pasados con los compañeros de fatigas, pero alegre al mismo tiempo con su nuevo reloj y sus billetes para el crucero con su esposa, a la que besa y abraza cariñosamente al llegar a casa, al tiempo que le comunica que prepare las maletas para el fin de semana, van a realizar un crucero que le ha regalado su empresa. A continuación se quita la chaqueta que deposita en el resplado del sofá y comienza a desabotonarse la manga izquierda de la camisa, con idea de darle una sorpresa a Dolores y efectivamente, Dolores se sorprende y piensa (pues si viene éste con ganas de trabajar hoy) y rápidamente dice: Patricio no te quites más ropa pues tengo un tremendo dolor de cabeza, no Dolores, sí sólo quería enseñarte el reloj que me ha regalado la empresa.
Después de la comida, descansar un rato y reponerse de las emociones de su útlimo día de trabajo, Patricio ya sólo piensa en las pocas horas que le quedan para perder de vista a su enemigo «el despertador», que en breve, volará por la ventana, ventana a la que se asoma buscando algo de fresco ya que la tarde es calurosa y dejándola abierta para que éste entre y refresque algo la temperatura del interior de la vivienda. Al asomarse a la ventana, ve a escasos metros a su famoso vecino, con quien después de cuarenta años no se han dirigido la palabra en la vida (la estatua ecuestre del Gran Capitán, Don Gonzalo Fernández de Córdoba), bordeado de resfrescantes chorros de agua que alivian los rigores veraniegos y al mismo tiempo divisa la figura de un anciano, desarrapado, y mal vestido, tendido en un banco a la sombra de Don Gonzalo. Fija bien su atención en el citado anciano ya que éste no se cosca, parace que ni siquiera respira, y piensa: ¿estará borracho, le habrá dado un infarto?, por un momento se le ocurre llamar a emergencias, pero luego pensó: ¿y si me llaman a declarar, o hay alguna complicación y me joden el crucero por meterme a redentor?, (¡Ayyy Patricio!, si supieras la importancia de ese anciano en tu vida), le dice su ángel de la guarda.
Por fin llega la tan ansiada hora, llama a Dolores para que vea como cumple la promesa de perder de vista a su enemigo despertador, ese que lo ha puteado cada día a las seis y media de la madrugada, durante cuarenta años, y comprueba como pesa, y piensa, lo pesado que ha sido, y también que después de cuarenta años de servicio, también se merece un viaje, pero éste va a ir volando. Se aproxima a la ventana, que dejó abierta por la tarde, y con todas sus fuerzas apunta a la cabeza del vecino famoso y orgulloso, que no le ha dirigido la palabra en cuarenta años, al mismo tiempo que grita: ¡¡buen viaje-vuela¡¡.
Don Gonzalo siente un golpe en su cabeza, pero como la tiene dura no piensa cambiar de idea y hablarle ahora si quiere que el hable que venga con otros modos, pero varios viandantes si han oído una gran voz, como llamando a una abuela, han visto volar algo brillante, que ha caído y se ha clavado en la sien derecha de un anciano que parece que ha muerto en el acto, y algunos de los viandantes también dicen haber visto a Don Gonzalo saludar marcialmente, llevándose la mano derecha a la cabeza.
Inmediatamente aparece una pareja de la Guardia Civil, que después de algunas indagaciones, llaman al piso de Patricio al que comunican que queda detenido cautelarmente por el asesinato de un anciano, ya que han detectado por la grabación de una cámara de vídeo del banco de la esquina que de su domicilio ha salido a gran velicidad un objeto volante no identificado, (estos guardias están locos, piensa para si Patricio), un ovni en mi casa.
Después de varias horas de trámites burocráticos, Patricio y Dolores se abrazan llorando su mala suerte, por el inicio de tan nefasta jubilación y por la pérdida del crucero. El carcelero, esposa a Patricio y lo acompaña a su celda, cierra la puerta de dicha celda, cayendo una gran barra de hierro que sirve de seguro para evitar la apertura de la puerta, el estrépito de la gran barra metálica despierta a Patricio sudando con los ojos desencajados gritando: «un abogado, quiero un abogado», estos gritos despiertan a Dolores, quien muy cabreada dice: «Patricio, es la segunda vez en un mes que me despiertas con tus pesadillas, deja ya de obsesionarte con la jubilación coño, si llevas cuatro meses en la empresa, que sepas que la próxima vez que me despiertes te vas a dormir con tu abuela».
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