Categoría: Poesía

Alzheimer

La mirada perdida en un pasado olvidado.
Una sonrisa petrificada en los labios ancianos.
Las arrugas que surcan su piel, como las vetas de un árbol milenario, cuentan cientos de historias.
Recuerdos que no acepta como suyos.
Personas que de noche adora y de día rechaza.
Su mente, errática y descontrolada, juega a esconder una vida plena en una nebulosa de confusión.
Las manos grandes y firmes, hoy reducidas a hojas secas.
Sus piernas, eternas columnas de mármol, hoy arenas movedizas.
Un destello sagaz vibra momentáneamente en sus pupilas.
Una avalancha de emociones se agolpa en sus párpados.
Y llora. Y nombra a su hijo, y a su nieta.
Y toma de las manos a su mujer, mientras la besa.
El ocaso vuelve a llegar, preludio del oscuro olvido.
Y en su cabeza sólo se oye un eco lejano, que no reconoce, que no le interesa.
Y alguien le habla. ¿Quién? ¿Conoce a esa mujer de ojos llorosos?
Quizá sí, quizá no.
Quizá mañana, durante un minuto, vuelva a besarla como si nunca más fuera a olvidarla.

Belén March Calderón

Edad: 16 años
(Prosa poética de su Web): www.belenmarch.es

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Desafio a Ícaro

No quiero ser un simple grano de arena en el desierto pudiendo ser un oasis.
No quiero ser polvo en el viento pudiendo ser el mismísimo Eolo.
Me niego a ser espuma en la cresta de la ola cuando sé que las sirenas me esperan en el tenebroso fondo.
Me niego a ser un instrumento en la orquesta, silenciado, quiero ser la nota discordante.
Un susurro más en un diálogo absurdo y repetitivo… ¿quién querría pudiendo gritar a pleno pulmón?
No voy a ser otra cara de mirada vacía y labios cosidos caminando entre la multitud.
Cuando la luna nueva envuelva en penumbra al mundo extenderé mis alas, y subiré, subiré y subiré hasta desafiar a Ícaro.
Cuando la lluvia moje por igual al pobre y al rico, al asesino y al santo, yo llevaré un paraguas de lágrimas pasadas y sueños frustrados.
Cuando el tiempo cruel e imponente irrumpa en los ojos de todos arrancando su juventud, será incapaz de quebrar mi escudo hecho a base de dolorosas caídas.
No quiero ser un soplo de brisa en el huracán.
Voy a marcar la diferencia, a escalar montañas sin mirar abajo.
Voy a desafiar al infierno apostando la vida eterna.
Todo o nada porque quién quiere ser bueno cuando se puede ser el mejor.
Voy a grabar en piedra estos versos para que quede claro que mi corazón no impulsa sangre, escupe fuego.

 

Belén March Calderón

Edad: 16 años
(Prosa poética de su Web): www.belenmarch.es

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Leyenda del ruiseñor rojo

Entre las páginas apergaminadas de un libro, se narra la historia de un pequeño ruiseñor.
Nacido entre oro y plata.
Entre sedas orientales, terciopelos y manjares dignos de reyes.
Al frágil ave de cabellos de fuego se le enseñó a cantar
y su voz era la más melodiosa jamás escuchada.
Se le enseñó a bordar
y sus bordados eran los mas bellos jamás vistos.
Se le enseñó a sonreír pasara lo que pasase.
Se le enseñó a saludar con una reverencia perfecta.
Aprendió a bailar como un hada juguetea con la brisa.
Leía como el mejor trovador.
Escribía versos que prendían corazones.
Tales eran los dones de este pequeño y virtuoso ruiseñor que su fama se extendió por tierra, mar y aire.
Caballeros acudían a sus puertas deseosos de protegerla.
El pueblo la adoraba.
Nobles y príncipes morían de amor.
Pero el pequeño ruiseñor era feliz en su nido, no quería volar aún.
Un día en el que la niebla estrangulaba su hogar, las pesadas puertas de madera de roble chirriaron.
Las sirvientas corrían de un lado para otro.
Su madre la obligó a vestirse con tules y rubíes.
Su padre recibía en su casa al águila, rey de las aves.
Bajó el pequeño ruiseñor con su melena rojiza ondeando como una bandera en su espalda.
Al poderoso rey le brillaron las afiladas pupilas al ver el esbelto porte del dulce ruiseñor.
Al acabar la cena, los padres del pequeño ave lloraban orgullosos, el rey águila reía y el tímido pajarillo simplemente ponía la mueca políticamente correcta que había aprendido en su más tierna infancia.
Un desfile de ostentosos carruajes vino a llevarse consigo al valeroso rey y al desamparado ruiseñor, que se veía obligada a dejar su hogar.
La magnifica corte le parecía insulsa, aburrida, monótona.
Un juego que nunca acababa de segundas intenciones e intrigas.
Ahora, el antes lleno de esplendor ruiseñor no era más que un pájaro de cristal en una jaula dorada.
El día de la unión del águila y el ruiseñor ante el mundo entero y ante los dioses fue una tragedia.
Una lluvia de flechas inundó las murallas.
Explosiones y fuego.
Llantos de niños, juguetes rotos.
Los buitres, enemigos voraces y sin corazón de las águilas, habían tomado el castillo.
El bello ruiseñor observó correr la sangre de su rey por el pico de acero del nuevo monarca.
La era de los buitres había comenzado.
Cuando las oscuras pupilas del enorme pajarraco se fijaron en ella la devoraron de arriba a abajo.
El pajarito se estremeció.
Las siguientes, fueron noches violentas entre las blancas sábanas del ruiseñor.
El buitre era rudo, parecía desearla y a la vez odiarla.
El dulce pajarillo no podía más.
Su luz iba extinguiéndose noche tras noche.
Llegó el momento.
Durante la cena, el bello ruiseñor guardó un cuchillo entre las ropas que cubrían su plumaje.
Se perfumó como cada noche.
Se peinó la melena como cada noche.
Y, como cada noche, el gran buitre entró en escena, apestando a sangre, sudor y alcohol.
El enorme ave se acercó al asustadizo pajarito y rozó con su asqueroso pico el suave plumaje.
Ella cayó en el lecho medio muerta y él se posó encima.
El ruiseñor había llegado a su límite y clavó el cuchillo en el desplumado cuello de su “adorado” rey.
El silencio se apoderó del universo.
El frágil ruiseñor lloró sola.
Lavó sus alas sucias.
Rasgó las sabanas que le recordaban sus pesadillas mientras rememoraba su cálido nido allá lejos tras las montañas.
Ya despuntaba el alba cuando una doncella entró en la habitación del valiente ruiseñor.
Allí solo había un cadáver y una ventana abierta de par en par.
La sirvienta gritó y se asomó a la ventana del altísimo torreón:
El desgraciado ruiseñor había volado llevándose consigo las interminables veladas en aquella prisión de piedras preciosas.
Cambió el reino. Cambió el rey. Otra reina ocupaba su trono. Otras leyes regían las vidas de todos.
Ya el mundo olvidó al triste ruiseñor.
No obstante, cuenta la leyenda, que el vuelo del pajarillo nunca tocó tierra.
Se comenta en voz baja y sólo si se sabe escuchar que la melena de fuego del hermoso ruiseñor vive en lo mas profundo del bosque.
Allí canta al río, a los árboles y a las flores.
Allí enseña a bailar a las abejas y a bordar a las arañas.
Allí ha vuelto a encontrar un hogar.
Cuenta la leyenda que el ruiseñor muerto de dolor, renació cuando aprendió a volar y de sus cenizas, se levantó envuelto en llamas.
Cuenta la leyenda que ya no se llama más ruiseñor. Que ahora se llama ave fénix y que su historia será inmortal.

Belén March Calderón

Edad: 16 años
(Prosa poética de su Web): www.belenmarch.es

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Y Él

Nadie creía que pudieran crecerle alas.
El cielo se rompía sobre su cabeza y arrastraba el peso del mundo.
Unas manos sin nombre, huesudas, le atenazaban el cuello.
Los ojos como dagas. Las palabras como fusiles.
Cada día luchaba con los ojos llorosos contra todo. Contra todos.
Ellos le decían que sus manos jamás construirían nada.
Ellos le gritaban que su voz jamás resonaría por encima de las demás.
Ellos le instaban a huir y esconderse.
Ellos le obligaban a construir una fortaleza y ser prisionero en ella.
Ellos. Ellos. Ellos. Siempre ellos.
Siempre con desdén.
Siempre atacando, avasallando, empujando, estrangulando.
Ellos.
Y él, solo en su fortaleza.
Y él, abandonado en sí mismo.
Y él, perdido en la niebla de su soledad.
Y él.
Nadie sabía de su dolor.
Nadie sabía de sus noches en vela.
Nadie sabía que empezó a creerse lo que ellos le decían.
Nadie creía que pudieran crecerle alas.
Sin embargo, le crecieron.
Blancas e inmensas.
Tan grandes como su dolor.
Tan grandes como su alivio de dejarlo atrás.
Y él, con sus alas nuevas, voló.

Belén March Calderón

Edad: 16 años
(Prosa poética de su Web): www.belenmarch.es

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Por un nuevo día

Y alcemos la copa por un nuevo día, con sus horas muertas y los minutos que desaparecen demasiado rápido.
Brindemos por lo que dijimos y también por lo que callamos, porque esas palabras han reformado nuestras voces hoy.
Celebremos que la noche siempre se aburre de reinar y deja paso al amanecer.
Riámonos de todos esos vasos de café derramados accidentalmente sobre la camiseta de alguien que dejó de ser un desconocido.
Por todos y cada uno de los besos. De los llantos. De los espacios vacíos y de las pausas.
Festejemos que no todo acaba como planeamos porque qué aburrido sería vivir sin sorpresas.
Abracemos las mil y una caídas que han encallecido nuestras rodillas y nos han obligado a desarrollar alas.
Besemos cada corazón roto. Simplemente vendémoslo y mañana latirá como nuevo.
Pongamos atención a todos los susurros y al aliento posado sobre nuestras manos en los fríos días de invierno.
Recordemos los polvorientos cuentos infantiles, a las princesas que besan sapos y a las brujas malas que hagan lo que hagan nunca vencen.
Juguemos a ser niños pequeños envueltos en sábanas fingiendo ser fantasmas.
Chillemos al viento que nunca se está completamente solo, que la imaginación rompe muros y construye puentes.
Y alcemos la copa por un nuevo día, con sus horas muertas y los minutos que desaparecen demasiado rápido.

Belén March Calderón

Edad: 16 años
(Prosa poética de su Web): www.belenmarch.es

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Adiós

Hoy yace en su cama, herida por el tiempo. Bañada en noventa primaveras pasadas. Cegada por la anciana luz que la acompaña en su último suspiro.
Ahora recuerda ese collar de perlas que su madre nunca le dejó usar, pero que ella, en secreto, se ponía para fingir ser la princesa de su castillo erigido entre nubes y sueños.
Ahora es consciente de la importancia de aquel libro de cuentos que nunca leyó entero pero que siempre fingió saberse de memoria.
En estos momentos recuerda el primer beso que un joven rubio como el sol depositó en sus labios rosados.
Rememora su primer baile con sus amigas, confidentes de mil amores y desamores, de millones de sonrisas bañadas en días de lluvia y posos de café.
Ahora sonríe ante el recuerdo del altar, de la orquesta acompañando sus nerviosos pasos y de aquel joven rubio que la besó años antes esperando con un anillo entre sus manos.
Recuerda el dolor que le produjo perder a su primer hijo y el amor que regaló a su segundo retoño.
Acompaña con una sonrisa el destello de aquel día en el que su pequeño abandonó la cuna, el hogar y decidió comenzar un nuevo sueño.
Una lágrima polvorienta corre entre sus marcadas arrugas recordando el día en el que su amor, rubio como el sol, se dirigió al brillante astro dejándola acurrucada entre las sábanas.
Hoy, cansada de batallar pero orgullosa de su arduo combate con la vida, ella decide soltar la mano de su pequeño ya no tan niño, y hacer compañía a su siempre amado esposo.
Hoy, posa su mirada por última vez y sonríe. Así, entre los últimos restos del verano y los primeros suspiros de invierno, ella voló.

Belén March Calderón
Edad: 16 años
(Prosa poética de su Web): www.belenmarch.es

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Profecía (Rafael de León)

«Y me bendijo a mi mare;

y me bendijo a mi mare.

Diez séntimos le di a un pobre

y me bendijo a mi mare.

¡Ay! qué limosna tan chiquita,

qué recompensa tan grande.

¡Qué limosna tan chiquita,

qué recompensa tan grande!»

¿A dónde vas tan deprisa

sin desirme ni ¡con Dió!?

Me puedes mirá de frente,

que estoy enterao de tó.

Me lo contaron ayer

las lenguas de doble filo,

que te casaste hase un mé

y me quedé tan tranquilo.

Otro cualquiera en mi caso,

se hubiera echao a llorá,

yo, crusándome de brasos

dije que me daba iguá.

Y ná de pegarme un tiro

ni liarme a mardisiones

ni apedrear con suspiros

los vidrios de tus barcones.

¿Que t’has casao? ¡Buena suerte!

Vive sien años contenta

y a la hora de la muerte,

Dios no te lo tenga en cuenta.

Que si al pie de los artares

mi nombre se te borró,

por la gloria de mi mare

que no te guardo rencor.

Porque sin sé tu marío,

ni tu novio, ni tu amante,

yo fui quien más t’ha querío,

con eso tengo bastante.

* * *

—¿Qué tiene er niño, Malena?

Anda como trastornao,

tié la carilla de pena

y el colorsillo quebrao.

Y ya no juega a la tropa,

ni tira piedras al río,

ni se destrosa la ropa

subiéndose a coger níos.

¿No te parese a ti extraño,

no ves una cosa rara

que un chaval de dose años

lleve tan triste la cara?

Mira que soy perro viejo

y estás demasiao tranquila.

¿Quieres que te dé un consejo?

Vigilia, mujé, ¡vigila!

Y fueron dos sentinela

los ojitos de mi mare.

—Cuando sale de la escuela

se va pa los olivare.

—Y ¿qué busca allí? —Una niña,

tendrá el mismo tiempo que él.

José Migué, no le riñas,

que está empesando a queré.

Mi pare ensendió un pitillo,

se enteró bien de tu nombre,

te regaló unos sarsillos

y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije «te adoro»

pero amarré en tu barcón

mi laso de seda y oro

de primera comunión.

Y tú, fina y orgullosa,

me ofresiste en recompensa

dos sintas color de rosa

que engalanaban tus trensas.

—Voy a misa con mis primos.

—Bueno, te veré en la hermita.

Y qué serios nos pusimos

al darte el agua bendita.

Mas luego en el campanario,

cuando rompimos a hablar:

—Dise mi tita Rosario

que la sigüeña es sagrá,

y el colorín, y la fuente,

y las flores, y el rosío,

y aquel torito valiente

que está bebiendo en el río;

y el bronse de esta campana,

y el romero de los montes,

y aquella línea lejana

que la llaman… ¡horisonte!

¡Todo es sagrao: tierra y sielo

porque así lo quiso Dió!

¿Qué te gusta más? —Tu pelo.

¡Qué bonito me salió!

—Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,

y tus manos reonditas,

y tus pies fingiendo el paso

de las palomas suritas?

Con la puresa de un copo

de nieve te comparé;

te revestí de piropos

de la cabesa a los pié.

A la vuerta te hise un ramo

de pitiminí,presioso

y a luego nos retratamos

en las agüitas de un poso.

Y hablando de estas pamplinas

que inventan las criaturas,

llegamos hasta tu esquina

cogíos por la sintura.

Yo te pregunté: —¿En qué piensas?

Tú dijiste: —En darte un beso.

Y yo sentí una vergüensa

que me caló hasta los huesos.

De noche, muertos de luna,

nos vimos por la ventana.

—¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,

le estoy cantando la nana.

«Quítate de la esquina,

chiquillo loco,

que mi mare no quiere

ni yo tampoco».

Y mientras que tú cantabas

yo, inosente me pensé

que nos casaba la luna

como a marío y mujé.

¡Pamplinas! ¡Figurasiones

que se inventan los chavales!

Después la vida se impone:

tanto tienes, tanto vales;

por eso, yo al enterarme

que llevas un mes casá,

no dije que iba a matarme,

sino que me daba iguá.

Mas como es rico tu dueño,

te vendo esta profesía:

tú, por la noche, entre sueños

soñarás que me querías,

y recordarás la tarde

que mi boca te besó

y te llamarás «¡cobarde!»

como te lo llamo yo.

Y verás, sueña que sueña,

que me morí siendo chico

y se llevó la sigüeña

mi corasón en su pico.

Pensarás: «no es sierto ná,

yo sé que lo estoy soñando»;

pero allá en la madrugá

te despertarás llorando,

por el que no es tu marío,

ni tu novio, ni tu amante,

sino el que más te ha querío.

Con eso tengo bastante.

Por lo demás, tó se orvía.

Verás cómo Dios te manda

un hijo como una estrella;

avísame de seguía,

me servirá de alegría

cantarle la nana aquella:

«Quítate de la esquina,

chiquillo loco,

que mi mare no quiere

ni yo tampoco».

Pensarás: «no es sierto ná,

yo sé que lo estoy soñando».

Pero allá en la madrugá

te despertarás llorando.

Porque sin sé tu marío,

ni tu novio, ni tu amante,

yo soy… quien más t’ha querío…

¡Con eso tengo bastante!

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«El Piyayo» (José Carlos de Luna)

¿ Tú conoces al «Piyayo»,

un viejecillo renegro, reseco y chicuelo;

la mirada de gallo pendenciero

y hocico de raposo tifioso…,

que pide limosna por «tangos»

y maldice cantando «fandangos» gangosos…?

¡A chufla lo toma la gente,

y a mí me da pena

y me causa un respeto imponente!

Ata a su cuerpo una guitarra,

que chilla como una corneja

y zumba como una chícharra

y tiene arrumacos de vieja pelleja.

Yo le he visto cantando,

babeando de rabia y de vino

bailando con saltos felinos,

tocando, a zarpazos,

los acordes de un viejo «tangazo»:

Y el endeble «Piyayo» jadea,

y suda…, y renquea,

y, a sus contorsiones de ardilla,

hace son la sucia calderilla.

¡A chufla lo toma la gente!

a mi me da pena

y me causa un respeto imponente.

Es su extraño arte su cepo y su cruz,

su vida y su luz,

su tabaco y su aguardientillo…,

y su pan y el de sus nietecillos;

«churumbeles» con greñas de álambre

y panzas de sapo, que aúllan de hambre

tiritando bajo los harapos;

sin madre que lave su roña;

sin padre que «afane», porque pena una muerte en Santoña;

sin más sombra, que la del abuelo…

¡Poca sombra, porque es tan chicuelo!

En El Altozano

tiene el cuchitril

-¡a las vigas alcanza la mano! -,

y por lumbre y por luz un candil.

Vacía sus alforjas

– que son sus bolsillos -.

Bostezando, los siete chiquillos

se agrupan riendo.

Y, entre carantoñas, les va repartiendo

pan y pescao frito

con la parsimonia de un antiguo rito:

-¡Chavales!

¡Pan de flor de harina!…

Mascarlo despasio.

Mejó pan no se come en palasio.

Y este pescaito, ¿ no es ná?

¡Sacao uno a uno del fondo der má!

¡Gloria pura é!

Las espinas se comen tamié’,

que to es alimento…

Así…, despasito.

Muy remascaíto.

¿ No llores, Manuela!

tú no pués, porque no tienes muelas,

¡Es tan chiquitita mi niña bonita!…

Así despasito.

Muy remascaito,

migaja a migaja – que dure -,

le van dando fin

a los cinco reales que costó el festín.

Luego, entre guiñapos, durmiendo,

por matar el frío, muy apiñaditos,

la Virgen María contempla al «Piyayo» riendo.

Y hay un ángel rubio que besa la frente

de cada gitano chiquito.

¡A chufla lo toma la – gente!…

¡a mí me da pena

y me causa un respeto imponente!

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