En una época no muy lejana, vivió un violinista llamado Paganini. Muchos creían que era un artista sobrenatural y que tenía un don especial para el violín. Una noche, tras recibir una ovación delirante, empezó a tocar. Lo que siguió fue indescriptible, porque todas las notas que nacían del movimiento en sus dedos dibujaban una melodía maravillosa y perfecta en el aire. De repente, un sonido extraño acabó con el encantamiento: se había roto una cuerda del violín. El director y la orquesta se detuvieron y el público dejó de respirar. El intérprete siguió tocando como si nada hubiera ocurrido y todo recuperó la normalidad. Pero, otro ruido hizo enmudecer a la sala. A Paganini se le había partido otra cuerda. Sin embargo, continuó con la pieza, sacando deliciosos sonidos del instrumento. En medio del concierto, una tercera cuerda saltó por los aires. El director se quedó pálido y Paganini, como un contorsionista musical, arrancó todos los sonidos posibles de la única cuerda que le quedaba. Espectadores y músicos se pusieron en pie y empezaron a gritar, aplaudir e incluso, a llorar de emoción.
Aquella noche, Paganini alcanzó la gloria y el mayor de los triunfos, porque a lo largo de su vida había aprendido que la victoria es el arte de continuar donde todos resuelven parar.
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Se recuerda una anécdota que le sucedió a este famoso músico genovés en Francia, donde Paganini cosechó numerosos éxitos y fue un músico muy reconocido y prestigioso.
Una noche en París, a orillas del Sena, tuvo que alquilar un coche para que le llevara al lugar donde tendría lugar el concierto; y al llegar al punto de destino le preguntó al coche:
– “¿Cuánto le debo? A lo que éste respondió:
– Son 20 francos.
– ¿Tan caro son los coches en París?, preguntó el músico
– Mi querido señor le dijo el cochero que lo había reconocido: “Cuando se ganan 4.000 francos en una sola noche por tocar con una sola cuerda, se pueden pagar 20 francos por una carrera”.
Paganini se enteró por el portero de la sala donde actuaría del precio justo del viaje y volvió para pagarle al cochero, diciéndole:
– He aquí dos francos que es lo que le debo. Los otros 18 francos, se los daré cuando sepa conducir el coche con una sola rueda.
Categoría: Micro-relatos
Paganini: El violinista victorioso
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¿Qué vale más?
El padre de una familia acaudalada llevó a su hijo de viaje para que viera lo pobre que era la gente del campo y comprendiera el valor de las cosas y lo afortunado que eran ellos. Estuvieron un día y una noche en la granja de una familia muy humilde.
Al concluir el viaje y de regreso a casa, el padre le pregunta a su hijo:
– ¿Qué te pareció el viaje?.
– ¡Muy bien, papá!
– ¿Viste qué pobre y necesitada puede ser la gente?.
– ¡Si!.
– ¿Qué aprendiste?
– Vi que nosotros tenemos un perro en casa y ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de 25 metros, ellos tienen un arroyo que no tiene fin. Nosotros tenemos lámparas importadas en el patio, ellos tienen miles de estrellas. Nuestro patio llega hasta el límite de la casa, el de ellos tiene todo el horizonte. Especialmente, vi que tienen tiempo para charlas y convivir en familia. Mamá y tú tenéis que trabajar todo el día y casi nunca os veo.
El padre se quedó mudo. Y su hijo añadió:
– Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser.
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La muerte en Sagarra
El criado llega aterrorizado a casa de su amo.
-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y dinero, y le dice:
-Huye a Samarra.
El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.
-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.
-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.
Gabriel García Márquez (Adaptación)
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«Tatuaje»
Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, y ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales, dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal.
La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos; breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del este. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marino emprendió el ansiado viaje a la eternidad.
En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto, y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal.
El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, fue cediendo terreno. Concertaron una cita. La noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal.
Ednodio Quintero “Cabeza de cabra y otros relatos”- 1993
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