Turismo rural de calidad en el Alto Guadiato para escapar del bullicio de las grandes ciudades.
Hasta no hace mucho, en las comarcas rurales sufríamos un tremendo déficit de servicios, algunos tan elementales como agua corriente, alcantarillado, electricidad, teléfono o sanidad, lo que era una de las causas que propiciaban los éxodos masivos a las ciudades, donde se tenía acceso a aquello de lo que se carecía en el campo. Hoy día, mientras que todos estos servicios ya están al alcance de las comarcas rurales, en las grandes urbes, pese a todas sus modernidades y disponibilidades, el ciudadano se queja del continuo deterioro de su calidad de vida.
Los altos precios, la inseguridad el tráfico, las enormes distancias, el estrés, en definitiva, atormentan a los habitantes de las capitales los cuales, como Horacio, como Virgilio, suspiran por el terruño de sus padres y por la supuesta vida placentera que llevamos en las comarcas agrarias, dedicados a labrar nuestras heredades.
Ciertamente, los urbanistas de primera o segunda generación de las cada vez más caóticas ciudades, recuerdan aquellos veranos en le pueblo como la mejor de las épocas y quieren ver en el retorno al agro el bálsamo par alas abrasaduras de la vida diaria.
Pero el campo ya no es lo que era: ahora, en los pueblos, los coches también atropellan a la gente; las rústicas fachadas, antes encaladas, ahora están revestidas de azulejos horteras o feos terrazos, y en el desván de la abuela ya no se almacenan el trigo o los ajos para simiente, porque ha sido reconvertido en un coquetón despacho donde oficia uno de los abogados del pueblo.
El borrico que daba vueltas en la noria fue sustituido por una bomba de gasolina y el pobre urbanita que soñaba con enseñarle a sus hijos como la collera de mulas tira del arado tendrá que conformarse con subirlos al tractor del abuelo.
Si se han perdido muchas labores tradicionales del campo así como muchos oficios antes imprescindibles, mucho más perdidos están los urbanitas de tercera o cuarta generación porque, aunque parezca mentira, en las capitales hay toda una generación de chavales y no tan chavales para
quienes el campo es “ese lugar horrible donde los pollos se pasean crudos” y para quienes los animales más familiares son los monstruos de las películas del espacio. Sus conocimientos sobre naturaleza son meramente teóricos y no van más allá del papel impreso del logro de naturales o de lo que hayan visto en Televisión. Por eso, mi sobrino Manolo, urbanita y capitalino total, tras asistir a una representación en el teatro romano de Mérida, en cuyo escenario intervenía un carro tirado por un borrico, exclamaba alborozado: “Es la primera vez que veo un burro en persona”. Como mi sobrino Manolo, otra gran mayoría de niños nunca ha visto un rebaño de ovejas o cabras, nunca vieron ordeñar una vaca y creen que la ternera es una carne que se forma por generación espontánea en unas bandejas de porespán y plástico que, a tal efecto, se dejan vacías por la noche en los frigoríficos de los supermercados.
Con el advenimiento de la bonanza económica y la posibilidad de invertir más en ocio, muchos volvieron los ojos al medio rural queriendo obtener de el las imposibles esencias predicadas por Horacio. De esta manera, nacieron multitud de granjas- escuelas que alojaban por unos días a familias de la capital decididas a acometer un apretado programa bucólico -rural. Y así, casi al amanecer tenían que recoger los huevos del gallinero y baldeaban los suelos.
Después, venciendo la repugnancia y el miedo ordeñaban las vacas para luego sacar el estiércol y dar el pienso a los animales, y en la huerta doblaban el lomo par limpiarla de hierbas y cosechar las verduras para la comida.
Por la tarde, también en la huerta y para darle más gusto a la espalda, a sachar y a regar. Lo mejor de todo es que estos habitantes de la metrópolis pagaban sus buenos dineros por trabajar en la granja. ¡Hay gente pa to! Exclamarán, sin duda, los verdaderos granjeros.
Como no todo el mundo es aficionado a doblar el espinazo sobre la huerta para huir del estrés, las casas de turismo rural se han convertido en la solución idónea para quienes quieran alejarse del bullicio, los humos y las prisas de la gran ciudad, en nuestra comarca, el turismo rural es un fenómeno de nuevo cuño por el que muy poca gente apostaba y que, sin embargo, se está afianzando poderosamente pese a ser aún un gran desconocido de nuestros paisanos. En la comarca del Alto Guadiato, por ejemplo, nadie se tomaba en serio que hubiese gente dispuesta a perderse en alguna de sus aldeas durante un fin de semana y, de hecho, la mayoría de las casas rurales que han sido abiertas al público lo fueron de la mano de personas de fuera.
El fuego lo rompió Natividad Burgos, mujer lucentina de gran empuje, que llegó a la minúscula aldea de Los Pánchez cuando ésta estaba al borde de la desaparición. Enamorada de la aldea, Natividad arrastró hasta allí a su familia y a buen número de parientes y amigos que fueron restaurando diversas casas de la aldea, finalmente abrió al público la Casa Aras, probablemente la primera del Guadiato. Hoy día ya son tres las casas que Natividad ofrece en Los Pánchez. También en Los Pánchez, se abrió más tarde la impresionante Casa del Coronel, verdadera casa -museo, cuyo propietario, Paco Linares, pronto conseguirá para la categoría superior que otorga la Junta de Andalucía y que será la primera de Córdoba en obtenerla. Con ellas, la aldea de Los Pánchez se ha salvado de la desaparición. Hay varias casas más, tanto en las aldeas de Fuente Obejuna como en otras poblaciones del Guadiato, pero todas ellas tienen el atractivo común de proporcionar al viajero la tranquilidad y el silencio que no pueden encontrar en sus ciudades.
Muchas casas de turismo rural de nuestra comarca han tenido, además, el mérito de preservar la que fue nuestra atmósfera rural , que ya estaba casi perdida, así, al restaurar las viviendas, con gran mérito y esfuerzo, y de manera fiel a nuestra arquitectura popular, el visitante puede conocer de primera mano el ritmo sosegado y calmo con que pueden transcurrir las horas si se está en el entorno adecuado, aunque sin renunciar a las comodidades modernas necesarias como la calefacción o una cocina bien equipada.
Hay ofertas para alojar desde dos hasta veinte personas, lo que es un aliciente más para poder reunirse con los amigos en un ambiente que propicia la relajación pues, como dice Paco Linares, las principales actividades que se practican son “la charla y la gastronomía”. Los usuarios suelen ser de edad mediana y con niños, que encuentran en las aldeas sitios seguros y placenteros para sus juegos, donde pueden alquilar bicicletas de montaña, ir de pesca al embalse de Sierra Boyera, hacer rutas en 4×4 o, mejor aún, senderismos por las dehesas y las sierras. Los muchos mesones de calidad que salpican las aldeas son un atractivo más.