Nuestra gente: Antonio Valenzuela y Concepción Yepes, administrativos Año nuevo, vida nueva

El 17 de diciembre fue su cuarto aniversario de boda, el 8 Conchi celebró santo y cumpleaños, y el 22 de enero será Antonio el que añada un año más a los 37 que luce todavía. Para entonces habrá nacido ya ¿Cristina/Alberto?, que será el mejor regalo de Reyes imaginable, y que hará bueno, por esta vez y para esta pareja, aquello de “año nuevo, vida nueva”. Y, aunque no lleguen las nieves, será para ellos un año de bienes, por aquello de que los niños vienen con un pan debajo del brazo.

Este niño/a tiene su pan con marca de la casa, ya que sus papás, Antonio Valezuela y Concepción Yepes, pertenecen a la gran familia de Enresa en la que laboran como integrantes de la plantilla de El Cabril.

Antonio, como marca la tradición, es mayor, y aunque no sea por eso, tiene también más antigüedad laboral que su “joven y bella esposa”. Antonio anda por aquí desde el año 1990, cuando entró formando parte de las muchas contratas que hicieron posible la nueva instalación. Antes, Antonio había dedicado entusiasmo y esfuerzos a la música iberoamericana como flautista del quinteto Ayacucho, con el que, como es de suponer, “nunca me gané la vida”. La vida se la ganó durante tres años como comercial de El Pozo para esta zona de Córdoba en la que vive desde la temprana edad de 22 días, cuando le trasladaron a Fuente Obejuna desde su Campillo de Llerena natal -aquí al lado, en la provincia de Badajoz-. Después de sus estudios hizo la mili en las COES (aquellos boinas verdes) que permitieron “conocer toda Galicia a ritmo de guerrilla y barrigazos”.

Mientras tanto, Conchi venía a Fuente Obejuna, el pueblo de su madre, con estatus de veraneante, y vivía en Madrid, donde compaginaba sus estudios de Empresariales con su trabajo en la multinacional Sony, a la que dedicó diez años de vida laboral antes de venirse para acá “por aquello del amor”.

Se conocían de toda la vida: “Conchi era amiga de mi hermana pequeña, y yo estaba harto de verla en casa, pero ni me planteaba… Nunca fui un asaltador de cunas”. Hasta que un día -”Llánmame cuando vengas a Madrid…”- la llamó y quedaron para tomar una copa. Era enero. Once meses después se casaron.

Durante un tiempo sobrevivieron compartiendo fines de semana en Córdoba, “pero en ningún momento dejamos de intentar estar juntos todo el tiempo”. Al final,mientras esperaban el traslado de Antonio a Madrid, salió la plaza que hoy ocupa Conchi y, desde entonces, comparten sus vidas también en lo laboral.

Conchi no quiere añadir mucho más a esta bonita historia. También ella recuerda a Antonio como el hermano mayor de su amiga Inma, pero no es un recuerdo especial, “y eso que Antonio era un chico de mucho éxito y entonces todavía tenía pelo”.

Aunque en su empresa no se creían lo de su marcha -”¿Dejar Madrid por un pueblo? !Estás loca!-, no tiene la más mínima duda de que “lo más importante era estar juntos”, y recuerda el año de separación como “una secuencia de despedidas cada vez más difíciles, atenuadas a costa de la más que considerables facturas de Telefónica a final de mes”.

Hoy por hoy, ambos viven un momento dulce, esperando con ilusión y un poco de respeto los cambios que va a suponer Cristina/Alberto. Algunos ya se han hecho notar, y no sólo en la figura de Conchi. Y es que, por ahora, han tenido que dejar de compartir temporalmente su afición por la moto, con la que cada fin de semana se metían una buena dosis de kilómetros. Pero están dispuestos a recuperarlo, “porque también los abuelos tienen derecho a disfrutar del niño/a”.

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