Si no tengo con quién, solo.
El día de antes Pepe me dice que no viene. Mis planes no cambian. Pepe es un complemento, pero no un elemento decisivo. No sufro dependencia ni miedo a la soledad. Viajar solo me abre a mucha más gente: 43 fotos en cuatro días. A veces somos nosotros mismos quienes creamos barreras, incapaces de soltarnos.
Cada vez que me suelto pasan cosas especiales.
Cojo la bici, las alforjas y me voy. Los primeros 20 kilómetros son jodidos. Cruzo Santa María de Trassierra entre niebla y mucho frío. Por un momento pienso si no es un error hacer un viaje tan largo en invierno. Pero no me pude resistir. Leí en un libro sobre un pueblo de Las Hurdes llamado El Gasco y hasta allí quiero llegar. Calculo que en once etapas.
Es lunes 26 de diciembre. Un buen día para empezar algo bonito.
Tenía claro que la primera noche la pasaría en Fuente Obejuna. Siempre que pasaba por ahí en coche imaginaba cómo sería llegar en bici, por la dehesa, tan verde y extensa. Desde hace media hora estoy viendo el pueblo elevado en su cerro. Llevo cien kilómetros en las piernas y no quiero llegar. Tanto disfruto. Me detengo con cualquier excusa.
Los tres últimos los hago andando con José Estévez, que camina por aquí todos los días. «Podría ir al bar o al hogar del pensionista, pero para perder el tiempo, lo pierdo en la carretera».
Al principio José Estévez parecía esquivo. Usa bastón, aunque no tiene edad para ello. Antes su mujer le acompañaba, pero ya no, aunque dice que está más ágil que él. La conoció en Alemania, donde vivieron diez años. Es gallega, pero él la convenció para vivir en Fuente Obejuna.
– ¿Y le gusta?
– Todavía no se ha quejado.
A la entrada del pueblo me indica cómo llegar a la fonda de Trini.
Rosa es la hija de Trini. 52 años y presumida. Se resiste a posar porque va con pijama, el pelo sucio y dos verrugas. Dice que no le gusta la cama que he elegido. El agua de la ducha no sale caliente, pero no me quejo. Me obliga a comerme dos mantecados. Añade que tengo valor. Al verse en el espejo se arrepiente de haber posado. Delante de la cámara todo el mundo parece más pequeño.
A Rosa le encanta organizar cenas de Navidad. Aún hay restos del 25 de diciembre en su cocina. Critica a los políticos y vecinos que se dejan sobornar por la empresa del cementerio nuclear. Me enseña el cuarto donde nació. Hay muchos animales disecados. Me explica que en Fuente Obejuna tienen más de extremeños que de cordobeses y que cambian el significado de algunas palabras. «Parece» quiere decir «y por qué». Me cobra 15 euros. Le pide a su hermano que me suba un radiador a la habitación. Me da más chocolate. Me insiste en que fotografíe los objetos antiguos. Le respondo que prefiero fotografiar a su madre. Trini es tan coqueta como la hija.
– ¿Una foto?
– ¿Ahora que me acabo de quitar la dentadura?
Dice que no puede mirar a la cámara, que se pone nerviosa. Me cuenta cómo todas esas habitaciones que hoy están vacías antes eran un hervidero de gente.
– Noto que pasa menos gente por mi calle.
Sonríe cuando le digo que todos en el pueblo la conocen. Termina de cenar. Me siento extraño en su pequeño salón, junto a su otro hijo, su nieto y Rosa. Demasiado íntimo. No hay luz, pero le hago una foto. A las 23:35 subo a mi habitación. Ya está caliente. Escribo sentado en la cama con música de fondo. Qué placer. He hecho mía una habitación que no le gusta ni a su propietaria.
Apago el radiador, me tapo con la manta y pienso. Pienso que lo que más me ha gustado de este día es que he hecho tres retratos a tres personas que apenas guardan fotos suyas.
Juan José Luque