Una vida entre harina

Los dos matrimonios Obrero Portillo, en el obrador de la panadería en Belmez. – CÓRDOBA

El 11 de octubre de 1962, jueves, fue el primer día de la dilatada vida de la Panadería Obrero en Belmez. Ese lejano jueves, Graciano Obrero y Salvadora Rivera dejaban atrás la panadería familiar en su aldea de Cuenca (Fuente Obejuna) natal para trasladarse a Belmez y comenzar así una nueva vida entre harina con sus cinco hijos.

Desde ese jueves, y a pesar de su corta edad, sus hijos Graciano y José Manuel ya aprendieron lo que era amasar y vender pan a destajo. Cuando llegaron al pueblo del Guadiato se convirtieron en la décima panadería de la localidad y trabajaron por abrirse camino y conseguir una clientela fiel. Años más tarde, llegado el momento de la ansiada y merecida jubilación, sus hijos cogieron el relevo. Graciano y José Manuel no se hicieron cargo del negocio solos. Casados con dos hermanas belmezanas, Mari y Manoli, la familia tomó las riendas de la actividad.

Actualmente, son tres las panaderías que tiene Belmez y los Obrero cuentan con tres despachos en el pueblo y una cafetería-pastelería que abrieron hace 14 años. Aquel 15 de abril del 2003, la familia decidió apostar, una vez más, por un pueblo que bien merece la pena y se lanzó a abrir en Belmez un establecimiento con el que hasta el momento no contaba. La pastelería de la calle Córdoba seguirá regentada por miembros de la familia Obrero mientras que el resto de despachos, así como la panadería, han sido vendidos a un panadero que continuará con la actividad.

En estos 55 años en los que la panadería no ha permanecido cerrada ni un solo día, el negocio ha evolucionado al ritmo que lo hacía la sociedad. Manteniendo la esencia de un pan amasado a diario, los Obrero han ido incluyendo bollería y pastelería entre sus productos hasta convertirse en especialistas pasteleros.

Los hasta ahora cuatro propietarios de la panadería se retiran con nostalgia y seguros de que no será fácil asimilar que ha terminado un ciclo en su vida, el ciclo laboral, ese que ellos han completado con creces. «Aunque no será fácil cerrar este ciclo, nos vamos tranquilos y orgullosos por más de medio siglo de trabajo -afirman- y queremos dar infinitas gracias al pueblo de Belmez por los 55 años que nos ha permitido desempeñar un oficio tan bello». «Conservar clientes que comenzaron con nosotros en 1962 y saber que nuestros productos han recorrido kilómetros con los belmezanos son dos de nuestras mayores satisfacciones», concluye la familia Obrero.

El próximo 31 de agosto será el último día de trabajo para ellos pues les llega, al fin, la jubilación. Ese día, Belmez despide a una de las familias emprendedoras más antiguas de la localidad. Las casualidades de la vida hacen que vuelva a ser un jueves su último día entre harina.

Marina Obrero.

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