En 2005 deja la presidencia de Cajasur y esta es la entrevista concedida años después a Diario CÓRDOBA
Habían dado las nueve de la noche, y todo era silencio y soledad en la planta noble de la sede central de Cajasur, ese plácido paraíso de mármoles y maderas nobles donde, en los últimos años, se han desarrollado tantas batallas sobre el futuro de la entidad de ahorros que Miguel Castillejo Gorraiz, el sacerdote que la ha presidido durante los últimos 27 años, confiesa que en ocasiones se ha convertido en su infierno. Tras atravesar un pasillo que a uno puede hacérsele corto o larguísimo, según las circunstancias que lo hayan traído hasta aquí, el hombre que hoy mismo, tras el último consejo de administración, se despedirá de la que en cierto modo considera su criatura, por tiempo y amor invertidos en ella, nos recibía abandonando la mesa de su despacho, del que antes de sentarnos a conversar saldríamos para la sesión de fotos.
Don Miguel, que es como casi todo el mundo llama a este señor circunspecto pero afable e incluso cercano en las distancias cortas –lo que no impide que todos le traten con respeto en Córdoba, la ciudad en la que hasta sus críticos reconocen que se ha volcado con enorme generosidad–, don Miguel, decía, se somete disciplinado a las sugerencias de Paco Sánchez, el fotógrafo. Ya de regreso a esta amplia sala decorada con mimo y profusión de arte, casi todo sacro, una estancia donde no hay más objetos personales que algunas fotos del ya canónigo emérito con personajes de la vida pública, don Miguel, olvidando el cansancio que a veces delata su mirada triste y huidiza, se prestará con paciencia a una extensa entrevista en la que, además de hablar de gozos y de sombras, revelará cuáles han sido las claves del hombre de negocios y del cura vocacional. Y el secreto para conjugar ambas sin estridencias.
–La verdad es que un despacho como el suyo impone. Casi no puedo imaginarme a la cantidad de gente que debe de haber impresionado.
–Sí, porque es un desfile enorme de personas las que pasan por aquí en las largas horas en que este sillón me tiene preso. Uno de los secretos que tiene este cargo en el modo de haberlo practicado yo es el de grandes ratos de reflexión, de audiencias, de conversaciones privadas, de consultas de la más diversa índole. Unos buscan al sacerdote, otros buscan al presidente de Cajasur, otros buscan un favor determinado, otros buscan a la persona amiga. De todo ha habido en la viña del Señor. Es un despacho que impone. Yo lo he ornamentado con bastantes obras de arte, provenidas las más de acción en pago a la Caja de algunos clientes, otras adquiridas. Y ciertamente la propia visión del arte que te envuelve te hace un poco más ágil la jornada.
–Una jornada muy larga, por lo que cuentan quienes le rodean.
–Muy larga, es agotadora. Salgo de aquí a las once, las doce de la noche. Me llevo papeles además a casa para entretenerme antes de acostarme.
–Habrán pasado por aquí muchísimas personas y casi todas pidiendo, que es lo que se suele hacer en las visitas a los grandes despachos de los bancos. Qué angustia, ¿no?
–Hombre, a veces sabe uno cuando ve entrar a las personas, porque te lo han dicho a priori , que vienen a estos fines. Un porcentaje altísimo de esos miles y miles de visitas que han circulado por aquí en estos 27 años han venido a pedir un determinado favor o intercesión en el orden financiero las menos de las veces. Las más han sido para resolver algún problema humano a una familia.
Le pregunto si alguna de las muchas personas que pasaron por aquí le dejó una huella especial y, emocionado, abre un cajón tras otro de su gran mesa de trabajo, tan pulcra y ordenada que no hay más papeles sobre ella que los del guión de esta entrevista, para buscar el ´libro de oro´ (así lo llama mostrando hacia él un respeto casi reverencial). En este volumen atesora testimonios escritos de personalidades, muchas de ellas dignidades eclesiásticas, que plasmaron en él emotivas palabras de afecto y reconocimiento hacia la labor social de Cajasur y la del propio Miguel Castillejo. Cuando, transcurridos unos segundos, le acerca un libro de aspecto primoroso uno de sus colaboradores –aunque desierta, en la sede principal de Cajasur funciona a estas horas de la noche la secretaría particular y el gabinete de prensa–, don Miguel hojea sus páginas con delicada parsimonia y se detiene en las que tiene señaladas con un papelito.
Y lee testimonios llenos de admiración y cariño, algunos que se remontan a los años de la transición. Como el del entonces arzobispo de Toledo, cardenal Marcelo; del cardenal Tarancón –quien se proclama «amigo de corazón de don Miguel y de cuantos con él colaboran en esta maravillosa labor»–, o, manuscrita en inglés, la dedicatoria del cardenal Arinze, que era presidente del Secretariado para las Relaciones entre los Cristianos y ahora ha estado entre los papables. «Ahora me hace mucha ilusión leerla, como una muy para mí entrañable y querida, la del nuncio don Mario Tagliaferri, que me invistió prelado de honor de su Santidad –dice algo nostálgico–. Y la de don Severo Ochoa; vino a una conferencia, le hicieron alguna pregunta complicada, yo le eché la mano, la dos manos, desde el punto de vista de interpretación conciliar, él me quedó muy agradecido y se estableció ya para siempre entre ambos, desde el 8 de marzo de 1990 en que esto pasa, una relación espiritual. Desde el mismo hospital me mandó llamar para visitarle poco antes de su muerte».
Y junto a estos nombres ilustres, añade a su listado sentimental el de «personas sencillas que permanecen en mi recuerdo». Cita por ejemplo el caso del muchacho afectado de una parálisis progresiva incurable, que había obligado a la familia a empeñar todos sus bienes. «Hubo una colaboración bilateral del Ayuntamiento de la época y de un servidor para poderlo internar en un hospital de Nueva York donde lo curaron –apunta–. Cuando estas visitas, conseguido el objetivo, vuelven a darte las gracias a uno le llenan de emoción y hasta le hacen derramar lágrimas a veces».
–Durante su larga presidencia, Cajasur, a través de la Obra Social, ha sido generosa con casi todo el que ha llamado a la puerta. Pero aun así habrá tenido que decir «no» en muchos casos. ¿Le ha costado trabajo tomar ese tipo de decisiones?
–Ciertamente, porque casi todo el que se ha dirigido aquí lo ha hecho para una causa noble y buena. Decir «no» no ha sido por un tema voluntarista sino por un reajuste en los presupuestos de la Caja, donde también tenemos nuestros límites. Las más de las veces este compromiso lo ha tenido que soslayar el director general para la Obra Social y Cultural, pero en otras ocasiones yo he tenido que endulzar ese «no» amablemente y con amistad y otras con aplazamientos para nuevas fechas.
–Su condición de sacerdote en un mundo tan duro y despiadado como el de las finanzas le habrá supuesto todos estos años difíciles equilibrios. Dígame, con el corazón en la mano, ¿entraron alguna vez en conflicto el deber y la conciencia?
–Es un mundo complicado. En pura teoría, este puesto es más bien de laico. En la realidad de Córdoba y de la Iglesia de Córdoba sería un perjuicio muy grande que no fuéramos los sacerdotes, que hicimos esta fundación, los que la continuáramos, porque no tendría ya ningún motivo de ser el de la Caja y podría correrse el riesgo de que se pueda trasladar a otra provincia. Y hoy se identifica mucho Córdoba con Cajasur y Cajasur con Córdoba. Pero no tengo que ocultar que en determinados sitios y momentos he tenido que sufrir esa discriminación que aunque la Constitución pone que no se debe hacer por motivos religiosos, a veces se tienen en la mente aunque no se expresen, y se notan.
«A mí no me ha costado trabajo –continúa don Miguel, haciendo uso de un dominio de la retórica que le lleva a concatenar pausadamente frases y más frases con absoluta precisión sintáctica–. Yo siempre he partido de un principio: que desde que la Iglesia me puso aquí para encomendarme esta obra lo que yo tenía que mirar desde mi deber y desde mi conciencia era lo que Dios me pedía en cada momento. Mi conciencia bien formada por mis estudios múltiples, teológicos, filosóficos, también por personas de prudencia y del don de discreción de espíritu que siempre yo he tratado de consultar. Una vez que tenía clara la voz de mi conciencia… a mí alguien me ha comparado con una máquina pesada que coge un camino lentamente, imparablemente, quitando cualquier estorbo que se oponga al destino que tiene que conseguir por la voz de su conciencia. No ha sido un modo de ser el mío maleable ni dúctil para nadie ni para nada donde se me quisiera manipular».
–No sé si usted mismo ha sido consciente del calado de sus gestos y sus palabras, antes y ahora. ¿Cómo se lidia con tanto poder?
–En primer lugar, cuando a una persona, como me ha pasado a mí por determinados motivos históricos que todos conocemos, terminan convirtiéndola en una especie de mito heroico, muy conocida, esto no es grato de por sí, no es cómodo, más vale gozar de la privacidad. Pero además es que una obra como ésta era una luz que no podía quedarse sobre el celemín, sino brillar sobre un candelero. El poder en sí no es ni bueno ni malo, es como todo don de Dios, y es bueno o malo según se use para el bien o para el mal. Yo siempre he procurado desde mi conciencia usarlo para el bien. Para mí no ha resultado grato tener tanto poder. Ha sido una gran prueba de acercarte a la voluntad del Señor, que te pide que lo abraces y lo aceptes como una cruz. De lo contrario… He tenido tentaciones muchos días de salir corriendo de esta jaula de oro.
–Administrar sabiamente tanto dinero y convertir Cajasur en la segunda caja andaluza debe requerir mucha prudencia y templanza, salvo que uno prefiera dejarse llevar por la intuición. ¿Cuáles han sido sus herramientas de trabajo?
–Ha sido una combinación de todo cuanto dices. La intuición es fundamental. Un empresario, y un presidente de caja es un empresario, la principal virtud que debe tener es jugar al riesgo, y no se puede jugar al riesgo sin intuir. Hay que tener capacidad de ver en dónde está el nicho de negocio exacto a corto, a medio, a largo plazo. Pero al mismo tiempo, tratándose de una entidad de crédito, que se fundamenta en depósitos a ella confiados, tiene que combinarse ese espíritu intuitivo, que se tiene o no se tiene, con este otro deber de templanza y prudencia, de poner en común y de exigir muchos estudios estadísticos, muchos estudios de proyección de mercados y de proyección social, en virtud de los cuales tomas las últimas decisiones.
–Después de 32 años vinculado a la entidad, ni que decir tiene que debe de sentir Cajasur como su segunda casa, ¿no?
–Bueno, vivo aquí mucho más que en mi casa –sonríe–. El sitio que más me ha ocupado la vida es esta casa. Desde el principio, antes de ser presidente del entonces Monte de Piedad, mi vinculación a ella fue total, porque mi antecesor estaba muy delicado de salud, y me confió a mí, descargándolo, toda la representatividad y orientación de la Caja. Aquí he pasado las más largas horas. He practicado mi vida sacerdotal y religiosa a diario en las iglesias a las que he estado vinculado un tiempo hasta que me quedé liberado para Cajasur, luego en mi oratorio privado. Y cuando aquí llego a las diez, diez y media de la mañana, he podido dejar bien orientada mi vida espiritual, buscando el cultivo de lo religioso en la misa, la oración, el rezo litúrgico del breviario, que lo hago a ratos, normalmente muy de mañana o luego muy de noche. Y el día entero lo dedico a la sociedad y a la Caja. Es ciertamente mi segunda casa, porque yo siempre he tenido claro que no era mía, que se la estaba edificando a los cordobeses. Si fuera para mí yo hubiera realizado un capital y no me he dedicado a eso porque no es mi misión.
–¿Cuál era esa misión?
–Mi misión es vivir la austeridad y la vida evangélica como sacerdote, con las exigencias lógicas del estatus social que tengo que representar en los demás bienes de la tierra. Tanto que mi familia (se refiere a sus hermanas, de las que cuida con unción) a veces ha tenido serias quejas de mis largas ausencias. Por eso me duele ahora separarme de Cajasur como duele al dedo separarse de la uña.
Lo dice tan sincero como compungido, con una voz –que puede ser atronadora o discurrir en cascada cuando se lo dictan su ánimo y su conciencia– ahora apenas musitada y leve. Como su misma figura, de suyo tan rotunda, que por momentos –no todos, que en otros recobra la acostumbrada contundencia– parece difuminar su perfil entre los bordados de ese espléndido tapiz que tanto le gusta, desde el que el Resucitado le guarda las espaldas. «Yo me debato entre dos sentimientos –confiesa cuando se le pregunta por los recuerdos acumulados entre estas cuatro paredes–. Uno, el del dolor inmenso de abandonar esta obra, porque realmente me ha tocado una etapa histórica, que es la del crecimiento y transformación; hay quien me ha definido como el creador de la moderna Cajasur, y es amargo dejarla. Pero también se agolpa la situación de realismo: uno va cumpliendo una edad en la vida, 76 años cumpliré en octubre, y comprende que en una oportunidad histórica como la que se ha escogido para hacer esta especie de puesta en armonía de la Caja con las exigencias de la Junta de Andalucía era buena edad para mí el poner punto final. Yo preveía ya el relevo hablando con realismo, y por eso me encuentro muy satisfecho de mi jubilación, de pasar a canónigo emérito».
–¿Qué es lo que más echará de menos?
–Ese es un asunto muy misterioso que está por ver, porque yo tengo que empezar una vida totalmente nueva, inédita, donde por supuesto estará el recuerdo de personas, de las que están y de las que no están. Sobre todo de mis trabajadores, que siempre han formado una gran familia en Cajasur, de mis directivos, de mis consejeros, a quienes tengo un afecto muy grande, a todos los que han compuesto conmigo a lo largo de los años los consejos de administración. Todo esto lo recordaré, y tantos actos públicos, otros menos públicos, muchos de dimensiones multitudinarias.
–¿Y lo que menos añorará?
–La sobrecarga humana de responsabilidades y de problemas traumáticos que llueven desde este techo que nos está protegiendo sobre esta mesa hora a hora y minuto a minuto. Y tienes que simultanear con el trabajo organizativo la multitud insospechada de problemas que se traga esto. Vengo con un programa de trabajo por la mañana y raro es el día que lo puedo cumplir. Dios te pone sobre la mesa otro trabajo.
–Mencionaba a sus empleados, muchos de los cuales dicen que ha sido un padre para ellos y para Córdoba. ¿Se marcha con el sentimiento de dejar huérfanos tras de sí?
–Huérfanos de mí sí, porque lo que yo haya sido para ellos en sus vidas o ellos lo sean en la mía será un vacío que no llene nadie. Huérfana de una tutela en cuanto a órganos de gobierno, en cuanto a dirección técnica de la institución pienso que no se queda la Caja. Se acaba de hacer público el nombramiento de cuatro destacadas personalidades, jóvenes, que serán los nuevos patronos; quedan aquí dos compañeros del patronato, de gran valía y más jóvenes que yo. Y está todo el cuerpo directivo, personas magníficas que yo he tenido a mi lado. Creo que aunque cueste un proceso de reajuste todo se terminará a la postre poniendo en orden.
–¿Cómo ha llevado las críticas hacia su persona? ¿Le han supuesto mucho desgaste?
–Estas personas que aparentemente pueden manifestar aprecio o menosprecio a veces lo que hacen es adoptar posiciones tácticas en la búsqueda de un poder. Todo es muy relativo. Yo he tenido sistematizado en mis estudios personales todas estas críticas que a lo largo de los años me han podido llegar, y tienen una incidencia crónica en fechas determinadas y por motivos determinados. De tal forma que han pasado largos años sin críticas y sin anónimos, luego reinciden, otra vez decaen, en otra ocasión vuelven a reincidir por otro problema… Me he hecho mi pequeño archivo de lo que yo llamo el infierno. En una carpeta normal cabe todo, no ha sido mucho. Estas críticas públicas en debates tan tremendos daban tan claramente el perfil de un acoso inhumano que ya no había tiempo ni siquiera para enterarse de las críticas sino para, a la luz del derecho, que tus colaboradores te defendieran de los problemas. Las críticas en sí de mi persona las han magnificado tanto que han tenido un efecto bumerán. Por la calle casi que no puedo caminar sin que una multitud de personas me abracen, me toquen, me saluden. De ser una persona conocida, de una apreciación social normal, me han convertido en una persona en muchísimos casos admirada y modélica para ellos en su sentir.
–En los últimos años, sentarse en ese sillón ha debido resultarle tan incómodo como hacerlo sobre un avispero, por más procesos judiciales de ida y vuelta que se hayan entablado. ¿En algún momento se ha sentido vencido?
–Yo nunca me he sentido vencido –contesta aún más lentamente, respirando hondo–, porque como yo no trabajaba para mí ni para mis bienes personales sino por un ideal humanitario y cristiano, ese ideal en mí nunca ha muerto ni va a morir porque me jubile, lo tendré hasta mi muerte. Sí he tenido sensación de atribulado, de zarandeado, pero con recursos de poder salir adelante.
–Algunos de esos momentos han sido muy duros, como por ejemplo cuando a instancias de Magdalena Alvarez la Fiscalía Anticorrupción se puso a investigar a los patronos de Cajasur por un presunto fraude.
–Fue una inspección que se hizo a la Caja, que en un primer momento fue suspendida por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, y se aprovechó para prolongarla en este tribunal. Fueron meses de gran sufrimiento interior, una de las mayores pruebas que yo he tenido que ofrecerle al Señor en mi vida, que luego se vio colmada de paz y de tranquilidad con el archivamiento de aquella denuncia.
–Aunque vaya en el sueldo de un cargo así tragarse muchos sapos, no debe de ser agradable oír que digan de uno que está tan aferrado al cargo que haría falta la pareja de Guardia Civil para echarlo. ¿Cómo se tomó usted esos comentarios?
–Bueno, yo pienso que las personas que usaban ésta y otras frases similares lo hacían en un contexto de una polémica muy dura, pero en el fondo quizá no tuvieran estos sentimientos. Yo los perdono de todo corazón y lo hago público. No creo que hubiera maldad ni la creencia de que yo estaba aferrado a un sillón ni al cargo. Nunca lo he estado. Costara lo que me costara, he creído mi deber seguir al pie del cañón, y estos últimos diez años han sido muy duros, los más duros quizá en mi labor presidencial.
–¿Qué ataque le rozó más hondo el corazón? ¿Quizá que se le haya acusado de un desmedido afán de trascendencia?
–Esa pregunta es muy sugerente, a mí me agrada mucho que me la estés haciendo, pero no tenía yo conocimiento de que de este afán de trascenderme hubiera opinión en la sociedad. Yo he trabajado en el día a día. Ciertamente toda persona trata de inmortalizarse de alguna manera creando una familia, en mi caso creando una fundación, superándose en su trabajo y en su rendimiento para que la sociedas lo reconozca y lo recuerde. A mí me agrada que mi memoria quede en las personas bien nacidas que sean agradecidas a lo que yo haya hecho por ellas, por esta ciudad sobre todo. Un clásico francés, Paul Claudel, dice que una persona vive mientras se la ama. Sería muy de mi agrado que Córdoba me amara, ahora y aún después de muerto. Si se entiende por eso la trascendencia la acepto no como una crítica sino como una descripción de mis sentimientos, aunque como creyente y sacerdote la trascendencia donde la pongo es en la esperanza en aquél que me ha colocado aquí y me dio la vocación para esta obra que estoy culminando de hacer y que seguirá madurando.
–¿En algún instante ha lamentado ser cura? Lo digo sobre todo por la obligación moral de poner la otra mejilla.
–No, a mí mi formación espiritual, tan férrea y espartana en los tiempos de la inmediata postguerra en que yo me formé, a mí esta vocación casi innata en mi ser y este sacramento con que Cristo por su Iglesia me ha premiado, pues me considero un elegido suyo, me han dado ardor y aliento y ánimo y valentía para afrontar multitud de problemas y poner siempre la otra mejilla. No, no ha sido obstáculo en absoluto.
Mientras el presidente de Cajasur se afanaba en su tarea al frente de la entidad no sólo pasaron los años. Con ellos fueron pasando cuatro obispos por la diócesis: José María Cirarda, José Antonio Infantes Florido, Javier Martínez y el actual, Juan José Asenjo. Cuatro hombres de Dios y cuatro perfiles distintos cuyas prelaturas Miguel Castillejo –que con alguno se llevó peor que con otros– no tiene inconveniente en definir. «Don José María Cirarda era un gran teólogo, un gran científico y un gran orador, un obispo postconciliar de la primera hornada –afirma con admiración de quien, añade, acaba de prologarle un libro de homilías que presentará en otoño–. El me tenía en gran estima, en mi tarea sacerdotal me dio grandes cometidos. El me orientó, fue la voz de Dios por la cual yo fui llamado a venir aquí, invitándome a hacer unas fortísimas oposiciones mayores que entonces se hacían para llegar aquí. Y ya en mi cargo de presidente, sobre todo ante problemas extraordinarios, siempre sentí su apoyo cercano y eficaz». De José Antonio Infantes Florido, hoy obispo emérito de Córdoba, asegura que fue y es «el obispo amigo». Un obispo cercano que durante los 18 años en que pastoreó la Iglesia en Córdoba «fue un pilar muy fuerte para ayudarme en mi misión».
Sobre Javier Martínez, hoy arzobispo de Granada, con quien sostuvo desavenencias tan sonadas que en Córdoba se entendieron como una especie de duelo de titanes, el prelado de honor del Papa prefiere pasar rápido, aunque tampoco rehuye la respuesta. «Con don Javier Martínez preferiría no extenderme en mi valoración sobre él –admite con franqueza–, porque el conflicto que él tuvo más que conmigo con Cajasur aunque al representarla yo se centrara en mi persona, es que él no admitía que aquí estuviera el patronato eclesiástico. Y eso ciertamente yo en defensa de la Iglesia, que tanto me ayudó en aquel momento, no podía admitirlo. Era un error jurídico. Mi actitud lógicamente para él como para todos mis obispos siempre fue de respeto y de perdón».
Mucho más explícito es sobre Juan José Asenjo, el prelado que hoy se sienta en la silla de Osio, entre cuyo amplio currículum destaca el haber sido secretario y portavoz de la Conferencia Episcopal. «Es un obispo muy prudente, muy comedido, un hombre de una gran formación diplomática y humana, de una profunda espiritualidad y religiosidad –elogia–. Es un hombre también, para mí al menos lo ha sido, cercano y amigo. Y pienso que aquí en Cajasur su obra y su nombre pasarán a la historia, por el bien que a mí me ha ayudado a hacer».
–Con la llegada del nuevo prelado parece que el clima se ha vuelto mucho más bonancible. Ahí está el acuerdo firmado entre Asenjo y el consejero Griñán el pasado diciembre para demostrarlo. ¿Cuál ha sido en su opinión el papel del obispo en la reconducción de las conversaciones Cajasur-Junta?
–Yo de don Juan José alabo la coincidencia pastoral y jurídica plena. Casi desde su llegada estuvimos ambos en la valoración de que la presencia aquí del patronato eclesiástico era el eje de la Caja, la idiosincrasia de esta caja de ahorros. A partir de ahí el entendimiento fue fácil, el dialogar el modo de una reconciliación donde yo muy a gusto vi con gratitud que él fuera el portavoz de los derechos concordatarios de esta institución con el interlocutor de la Junta, don José Antonio Griñán, pues pienso que conmigo directamente el diálogo tal vez hubiera sido más difícil. Me consta que ha sido un trabajo que a él a veces le ha preocupado, le ha llevado muchas horas, pero lo ha hecho con mucho amor a la Iglesia, a Córdoba y a Cajasur. Se lo agradezco de todo corazón.
–¿Y cómo ha vivido usted, situado en primera línea de fuego, el proceso de adecuación de la caja a la legislación andaluza?
–Han sido unos siete u ocho meses muy duros, hasta llegar a la aprobación final de los estatutos por la asamblea y la convocatoria que he hecho en un último consejo del proceso electoral que hay que comenzar. Porque había actitudes muy confrontadas, son muchos grupos que hay que coordinar, que hay que convencer, que hay que conjugar. Si para el obispo era duro el diálogo en la cúspide, para mí era muy dura la versión a la realidad de lo tratado allí. Muchos recovecos, muchos entresijos, muchas personas con sus puntos de vista discrepantes; no de mala voluntad, pienso que de buena voluntad siempre. Ahí está la labor de un presidente que tiene que ganarse a todos para la causa que se pretendía, orientar Cajasur hacia la Junta. Esta labor ni yo podría haberla hecho sin contar con el obispo ni el obispo tal vez la hubiera podido hacer sin contar conmigo. Hemos formado un tándem histórico que nos ha llevado hasta este día en que yo renuncio por razón de mi edad canónica a un feliz momento. Dios quiera que el proceso siga por el mismo camino.
–Aunque la segunda fase, la de renovación de los órganos de gobierno de la entidad, le pille ya de retirada, le resultará difícil sustraerse a ella, ¿no?
–Pero yo he pedido al obispo expresamente que me libere de ella, deseo verla por fuera y no influir en ella. Porque como se produce en la opinión pública generalizada esa identificación que se hace entre Cajasur y mi persona, cualquier caída de hoja de árbol, cualquier incidente que aquí acontezca con mi presencia siempre se podrá interpretar de una manera; sin estar yo muchos fantasmas o malos pensamientos posiblemente se puedan evitar al no tener yo responsabilidades ningunas. Procuraré vivir dejando trabajar con libertad a mis sucesores.
–¿Les dará consejos?
–Les daré consejos, ellos me los pedirán muchas veces. Otras veces yo, que me siento amigo de todos, también se los daré.
–¿Pensó alguna vez que llegaría el día en que todo el mundo estuviera pendiente de usted?
–Eso no le he pensado en mi vida. Yo he sido 21 años párroco y la relación del pastor con su pueblo era la de mi verdadero agrado. Cuando el obispo Cirarda me llamó para que accediera a esta labor se lo agradecí por la dignidad que ello suponía, pero en mi interior me separaba de una vida que para mí fueron los años más felices.
Se recuerda, allá en aquellas parroquias de Hornachuelos y Pueblonuevo que evoca con los ojos húmedos de nostalgia, como un sacerdote muy querido por sus feligreses. Un curita joven y vehemente que se acercaba a la gente con entusiasmo y entrega. «Fui párroco en lo mejor de mi juventud, de mi existencia, viví mi tarea pastoral en estas parroquias casi como un misionero –confiesa–. Entraba llorando por el recuerdo de una parroquia y salía llorando de la otra. Fui mi feliz en todas ellas, en los pueblos y aquí en Córdoba. Todavía vivo, cuando voy a la Catedral casi a diario, mi parroquia del Sagrario, con los magníficos feligreses de todas las clases sociales, entonces también con un sector de la feligresía de lo más degradado de la sociedad cordobesa que yo tenía que promover y que alentar».
–¿Qué despertó su vocación sacerdotal? ¿Sintió esa llamada y esa quemazón que describen los místicos?
–Mis padres fueron muy cristianos. Mi ascendencia navarra por parte de madre, la religiosidad que estalla en el pueblo navarro hizo que me criara en un ambiente muy cristiano, y esto influyó en mi formación religiosa, a pesar de los años de la guerra, que fueron tan complicados.
–¿La vivieron usted y su familia de manera muy traumática en su pueblo, Fuente Obejuna?
–Fue muy traumática allí la guerra, sí, me cogió en el epicentro de la contienda que se desarrollaba en el valle del Guadiato. Estaban muy próximos el frente de la Sierra de la Grana, los ataques procedentes de los frentes de Pozoblanco y el afán de poseer uno de los pueblos más importantes de la provincia en aquel momento, como era Peñarroya-Pueblonuevo. Y en aquel clima bélico estudiaba con un profesor privado que me pusieron mis padres para aprovechar el tiempo. Luego, ya normalizada la situación, tuve una gran formación religiosa con los franciscanos. Pero mi vocación surgió en el seno de mi hogar.
–Desde muy joven le llegaron cargos de responsabilidad y contactos a gran escala. A propósito, cunde otra leyenda, la de su línea directa con el Vaticano y otras altísimas instancias. ¿Es verdad eso?
–Bueno, yo en los grandes momentos de defensa de la Caja a nivel institucional me he tenido que relacionar en muchas ocasiones con autoridades religiosas, desde las propias instancias del Palacio Vaticano, donde tengo algunos buenos amigos y buenos contactos. Pero tampoco he usado yo nunca de ello ni presumo de ello. Tan sólo en un momento determinado, cuando tuve que defender la autenticidad de los derechos históricos de esta caja, cuando me debatía entre dos obediencias, hacia el obispo y a la Iglesia.
–Y ahora, cumplidos los 75 años, la jubilación. Usted que tiene fama de trabajador compulsivo, ¿a qué dedicará el tiempo libre?
–Fundamentalmente a cuidar mi salud, que es el principal don de Dios, a trabajar en temas más directamente pastorales y espirituales, a practicar, sobre todo los fines de semana, la vida catedralicia lo más que pueda, especialmente el ministerio de la penitencia. Voy a tener más tiempo para el estudio, la investigación, para clasificar mi producción literaria (en su currículum rezan 27 publicaciones y un sinfín de ensayos y conferencias, entre otros muchos sobre su admirado fray Luis de Granada), tal vez gozando de lo mucho hecho o de lo que pueda uno hacer. Para esta labor de promoción de la cultura y del bien social para con los pobres está mi fundación, a la cual me pienso consagrar y dar vida ya en vida mía, para que, una vez que desaparezca, para mí sea ese hijo que no tuve por ser sacerdote. No me va a sobrar el tiempo, quizá siga siendo ese trabajador compulsivo que dices, pero ya sin programa y sin agenda.
–¿No le tienta escribir sus memorias?
–Me tienta mucho y estoy comprometido. El otro día me las encargó la directora de Autobiografías de la editorial Planeta. Voy a buscar tiempo para escribirlas.
–Se habla estos días de despedidas y de homenajes. ¿Se los pide el cuerpo en la retirada?
–Hay que ver este proceso de homenajes con absoluta normalidad. Ahora mismo, con la celebración festiva del último consejo de administración, me iré de vacaciones. No son días de mucha concentración en mi homenaje. Cuando llegue septiembre, si me hacen algunos homenajes yo los acepto complacido. Ni los anhelo ni los rechazo. Es normal que algunos se me hagan. Los aceptaré con la sencillez y la humildad de los hijos de Dios.
–¿Cómo le gustaría que se le recordara?
–Me gustaría ser recordado como un sacerdote empresario a quien Cristo y la Iglesia le dieron este carisma y procuró pasar por el mundo como Cristo, haciendo el bien.
A punto de apagar la grabadora, nuestra conversación tuvo un epílogo. Fue breve, pero tan sentido que una confiesa que las palabras de Miguel Castillejo, casi un susurro ya por el cansancio de esa hora en que a uno le caen encima los restos del día, le erizaron la piel. Llevaban dentro la sinceridad de la confesión y la claridad de un testamento. Fueron éstas: «Pido perdón si en algo he ofendido a alguien, llevado más del amor a la Caja que de celo o culto a mi persona –manifestó–. Siempre me ha movido hacer el bien, nunca el mal. Que Dios y esas personas me perdonen si las ofendí, que comprendan los largos tiempos de tribulaciones y pruebas a que uno está sometido, que producen impaciencias que nunca debieran de haber surgido».