Miguel Castillejo, a la búsqueda del humanismo cristiano

Miguel Castillejo, a la búsqueda del humanismo cristiano -

Miguel Castillejo, a la búsqueda del humanismo cristiano –

La muerte de Miguel Castillejo Gorráiz, inesperada por completo, impactó en nuestra ciudad, no sólo por su amplio curriculum eclesiástico, sino por su relación e influencia como presidente del Consejo de Administración de Cajasur, desde el año 1976 hasta el año 2005; por su fuerte personalidad y, ciertamente, por el poder y la responsabilidad ejercida en tantos ámbitos de la vida económica, social y cultural de Córdoba, durante las tres últimas década del siglo XX y los primeros años del siglo XXI. Han sido tantos los títulos, las distinciones, los premios recibidos, los libros publicados, los discursos pronunciados, los hitos vividos, no sólo en nuestra ciudad, sino a los más altos niveles de gestión, que seria imposible reseñarlos en estas palabras que quieren ser, ante todo y sobre, el sentimiento por un querido hermano en el sacerdocio, en el momento de su marcha de este mundo. Precisamente esta faceta de su vida, es la que quisiera subrayar con más fuerza, porque, evocando el pensamiento de Teresa de Jesús, “al final de la jornada, el que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”.

Es el momento de recordar a aquel cura joven, recien ordenado, que comienza su singladura sacerdotal en Hornachuelos, con tanta ilusión como empeño, y que se irá incrementando después en las parroquias de Fuente Obejuna, de Peñarroya-Pueblonuevo, del Sagrario de la Santa Iglesia Catedral, hasta llegar a formar parte del Cabildo catedral como canónigo penitenciario y ver coronada su trayectoria con el nombramiento de Prelado de Honor de Su Santidad y miembro de la Fundación “Juventud y esperanza”, del Consejo de Laicos, con sede en el Vaticano; desde el contacto directo y cercano con los habitantes de Peñarroya-Pueblonuevo, hasta la distancia, que quizás sin que nos demos cuenta, imponen los cargos sociales.

Ha sido en estos paisajes profundamente humanos e intensamente religiosos, donde Miguel Castillejo volcó su corazón y su entusiasmo durante muchos años, convenciendo con los mejores argumentos filosóficos y teológicos a los hombres curtidos de los Cursillos de Cristiandad; predicando, en tantos púlpitos y estrados, con su oratoria ampulosa, gritando si hacía falta, para que el mensaje cristiano calara más y mejor en sus oyentes; en sus horas, tantos años, en el confesionario de la catedral, ejerciendo de penitenciario, cuyos frutos de misericordia y de perdón sólo Dios conoce; en sus encuentros, entre luminosidades y cámaras unas veces, y otras muchas, entre penumbras y silencios, a solas y en confidencias, con personas de todas las clases sociales; en sus centenares y miles de homilías, recogidas en sendos volúmenes, sintiéndose voz”, al servicio de la Palabra, cuidando siempre que brillaran los mensajes con mayor aplicación a los avatares de la vida y de la historia.

“La muerte no es algo que ocurre, querido Miguel, sino Alguien que se acerca”. Ese Alguien es la mejor y la única respuesta para todos nosotros

Miguel Castillejo, es cierto, ha podido almacenar títulos y gloria en su larga trayectoria, al frente de una institución que cuidó y ensalzó, en pro de Córdoba y de los cordobeses, pero junto a sus luces y sus sombras, como todos los mortales, colocó en todos sus afanes, la búsqueda de un humanismo cristiano, del que fue siempre ferviente defensor. Se consideraba y así lo proclamó en muchas ocasiones, un “humanista cristiano”, consciente de que ese título nunca puede conseguirse en plenitud. Le tocó vivir, desde las catequesis con los niños de Hornachuelos, hasta las múltiples presidencias en Consejos de Administración y en Fundaciones; desde los años de una Iglesia, buscadora de aires nuevos, hasta la nueva letra y la nueva música del Concilio Vaticano, con tantos cambios, con tantos problemas, junto a un espíritu nuevo y vibrante, que él intentó llevar a sus tareas.

En la hora final, lleva en su corazón la fidelidad a su sacerdocio, ejercido siempre y en todo momento; en sus manos, muchas horas de trabajo y de entrega a las tareas que les fueron encomendadas; y en sus labios, las oraciones litúrgicas y las personales, que, estoy seguro, musitaría en silencio, tantas veces, desde la orilla de su fe. Las naves de la catedral y sus compañeros le despediremos esta tarde, envolviendo su vida, con la misericordia que derrama por todo el universo el Año Jubilar. “La muerte no es algo que ocurre, querido Miguel, sino Alguien que se acerca”. Ese Alguien es la mejor y la única respuesta para todos nosotros. Tiene el aroma infinito del abrazo y del perdón.

Antonio Gil

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