La verdad incomoda

La verdad suele ser incómoda. Por eso hay tantos silencios y, paradójicamente, tanto ruido en la vida. El oído está acostumbrado a la alabanza, al piropo, a la adulación interesada; el cuerpo, preparado para la palmadita en la espalda, el abrazo inexplicablemente efusivo y las palmas estentóreas en auditorios previsibles; y la mente, en fin, adiestrada solo para las buenas críticas, los sondeos favorables, las citas memorables y el irse de rositas de cualquier situación embarazosa. Por eso se va a notar en este periódico la falta de Carlos Rivera, que se intitulaba, de manera quizá obsoleta, poeta, adjetivo al que, si acaso, le unía el de escritor, ambos verdad en su currículum, y al que los diferentes directores, tanto del Diario CORDOBA como de La Voz, tuvieron la visión y el atrevimiento de permitir que se expresara semanalmente en sus páginas. Carlos Rivera, de La Coronada, una aldea de Fuente Obejuna, era una persona quizá algo arisca porque le repateaba la mentira, la pose del poder y el estar bien mirado en sus exclusivos círculos. Su única licencia, quizá, la de ser del Barça, una irreverencia contra la establecido. En la campaña de las elecciones municipales de 1979, las primeras tras la muerte de Franco, el PSOE recorrió los barrios de Córdoba con un «imaginativo pasacalle socialista» (50 años de CORDOBA, página 179) «animado por cabalgata, guiñol, cartelones de ciego y murgas». En una de sus propagandas de prensa el PSOE incluía esta poesía: «¿Quién construirá tu vivienda/, quién arreglará tu calle/ encenderá tu farola/ y limpiará tu portal?» que, curiosamente, tenía la misma cadencia de la canción de Serrat Si la muerte pisa mi huerto (… quién firmará que he muerto/ quién lo voceará en mi pueblo,/ quién pondrá un lazo negro/ al entreabierto portal?»). En esa lista, en el número 14, iba como candidato el poeta Carlos Rivera, que se ha muerto este pasado mes de agosto, cuando solo tenía 72 años. Carlos ha sido un milagro en las páginas de los periódicos, acostumbrados a la irremediable y casi ineludible pragmática de la supervivencia, una de esas firmas que, en su madurez, supo ir por libre por la vida, con todo lo que conlleva exponerte a la ira de los tuyos y de los ajenos; el exponente del ciudadano que ha comprobado en sus propias carnes que el Estado del bienestar –educación, sanidad, dependencia…– es su única posesión y que el resto, los llantos del capitalismo por banqueros y empresarios de postín, son exhibiciones del otro Estado, la materia de sus artículos.

Carlos Rivera, la voz y la pluma más hermosas de la verdad incómoda.

Manuel Fernández.

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