A LA BIBLIOTECA Y CLUB DE LECTURA DE FUENTE OBEJUNA
Todos los hombres y mujeres de este mundo sentimos la necesidad de ser amados, estimados y reconocidos en el ámbito familiar, social y profesional, aunque seamos conscientes de que no siempre esta actitud generosa va a dar los frutos esperados. Por ello, es sumamente gozoso comprobar que existen personas y colectivos capaces de valorar el esfuerzo y el compromiso, la voluntad y el mérito. Ocurre en no pocas ocasiones que estos gestos de solidaridad y reconocimiento proceden de sectores periféricos, siendo los más cercanos a nuestros orígenes los que titubean inexplicablemente a la hora de dedicar un brioso impulso a quienes nos prestigian y nos nombran más allá de nuestras fronteras.
Estoy convencido, y la historia lo demuestra, de que sólo los pueblos nobles son conscientes de este deber casi sacro de potenciar los valores de sus gentes. Sólo un pueblo que ensalza a sus hombres y mujeres crece con ellos y con ellos alienta un futuro renovador y ambicioso, capaz de forjar generaciones poderosas, comprometidas con las virtudes y los dones ponderados. Es preciso fomentar la capacidad de emulación. Mostrar a nuestros sucesores que existen ideales y que pueden alcanzarse si nos empeñamos en conseguirlos.
Estamos padeciendo un periodo de inercia que adolece de líderes, de héroes dispuestos a transformar las sociedades. Aunque a veces no quede otro remedio, la justicia y libertad sociales –que con tanto ahínco enarbolaron los protagonistas legendarios de nuestra lopesca Fuenteovejuna- no se consiguen bloqueando las puertas de las instituciones, llenando de vocingleros las plazas y avenidas, enfrentándose a los defensores de la paz pública, interceptando el ejercicio de deberes y derechos obtenidos por sufragio. Nada más lejos del horizonte que anhelamos para nuestros hijos.
No digo que tengamos callar. Es lo más triste que le puede ocurrir a un pueblo. Debemos gritar hasta el resuello contra lo mal que va todo y la corruptible desidia de nuestros gobernantes, pero sin olvidar que lo verdaderamente necesario es proclamar en voz alta las cualidades que adornan a nuestros jóvenes, las conquistas de nuestros científicos, los hallazgos de nuestros creadores. Es preciso mostrar caminos cuando todo a nuestro alrededor es sendero cortado, permanecer en pie si todo se desmorona en nuestro entorno. Es forzoso enseñar a los que nos suceden que nada se consigue –ni debe conseguirse- sin denuedo y trabajo.
La ética debe regir todas nuestras acciones. No vale alcanzar la gloria a costa de ocupar el legítimo lugar del otro. La competitividad es inexcusable, pero ha de radicar en dejarse la piel honestamente y no en cómo pisotear al que nos acompaña en la batida. A veces nuestro triunfo se basará en el triunfo del que hemos ayudado.
El fin último de esta carta epístola es agradecer al estamento de la Biblioteca Municipal, a los miembros del Club de Lectura de Fuente Obejuna y a Alfonso Fernández Mellado, su más cualificado y admirable gestor, tanto bien como me habéis ofrecido en estos últimos meses, mostraros mi gratitud imperecedera por vuestro cariño y vuestro homenaje; una distinción que otorgáis al estudio, al quehacer concienzudo, a las horas interminables de lectura y autocrítica, a la responsabilidad que tenemos que asumir todos cada día para multiplicar por cien el talento que la vida tuvo a bien concedernos.
Os animo a continuar porque vuestro ejemplo –además de crear historia y compilar tesoros intelectuales- es el mejor modelo e inspiración para las generaciones futuras. Vosotros, con vuestro ánimo, sois ya piedras angulares de este lugar mítico en el norte de la sierra de Córdoba que se ha distinguido siempre por su amor y pasión hacia las artes: poesía, teatro, pintura, música. Son muchos los hombres y mujeres que deben ser recordados a través de estas páginas digitales, con la vigorosa virtualidad de llegar hasta el más recóndito rincón del mundo donde viva y sueñe un melariense. Vosotros lo estáis consiguiendo. Gracias de corazón.
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