Econtrarse con la playa en mitad de la dehesa es un milagro que puede verse en la Feria de los Municipios que se celebra hasta mañana en la Diputación. Y a jóvenes sentados en sus hamacas bajo las sombrillas, junto a las toallas y el amarillo color de la arena, subiendo en fotos la imaginación de El Viso de los Pedroches a Internet. Los pueblos son la soledad y el frío casi imposible en invierno, y un alto nivel de paro y necesidades en su mayoría. Pero hay momentos para todo. Para la belleza, el arte y la gastronomía, que quizá en demasía –al ser gratis— practican ciudadanos interesados no solo en la arquitectura de la provincia. Por eso se puede contemplar, con la alegría de la consecución de un logro justo, el cartel de la Danza de los Locos y Baile del Oso de Fuente Carreteros al lado de su novísimo título de pueblo tras haber dejado de ser entidad local autónoma. Entrar en la Feria de los Municipios es adentrarse en la identidad de cada uno de los pueblos que sus vecinos exponen en una muestra que para nada aburre sino que sorprende por su atractivo. Como el belén viviente de Navalcuervo, la aldea de Fuente Obejuna, enclavada en un paraje de dehesa de encinar, pero sin playa cercana aunque sí rica en agua. O la ruta de los dólmenes de Belmez, pueblo con Escuela Universitaria Politécnica, Obejo y su danza de las espadas, que en Villaralto también bailamos en los años cincuenta, o Villanueva del Rey, el corazón de Sierra Morena, el último paisaje de Miguel Blesa. Montoro es un paraíso cinco estrellas, según sus folletos de turismo, y Bujalance, aquel poblado por donde pasaba la calzada romana que unía Corduba con Cástulo, algo cercano a los montes comunales de Adamuz donde se encuentra el poblado de Algallarín, por donde Pedro Abad luce su mezquita Basharat y su santa Rafaela María, cerca de Villa del Río, la puerta de Córdoba. Es de noche y me imagino la provincia de Córdoba. Un espacio para soñar. Como la playa de la dehesa de El Viso de los Pedroches.
Manuel Fernández