La memoria grabada

La poderosa personalidad de Federico García Lorca permite avanzar siempre en el estudio de su obra germinante y proteica. Nunca sabremos con exactitud lo que ocurrió aquella noche del 18 de agosto del aciago año 1936 en un oscuro alodio de Granada. Lo único que podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, es que aquel infame asesinato acabó con la vida de un inocente y privó a la literatura universal –y por ende a la española– de una de sus figuras capitales. El Grupo Cultural Amador de los Ríos de Baena recobra una publicación cardinal para el conocimiento del malogrado y célebre escritor andaluz. Se trata de la obra García Lorca. Vida, cántico y muerte, del escritor baenense Fernando Vázquez Ocaña, dotado de un poderoso aliento creador que lo sitúa en el primer nivel de los escritores cordobeses, aunque lamentablemente preterido como tantos exiliados a causa de la nefanda guerra civil. El Grupo Cultural Amador de los Ríos, creado en 2007, ha venido desarrollando una importante labor de formación y enseñanza, pilares básicos para lograr una sociedad más igualitaria y justa, con el claro objetivo de que la cultura llegue a todas las personas y lugares sin distinción de sexo, creencia, ideología u origen, como corresponde a toda razón humana ajena al clasismo, la intolerancia y la barbarie.

La obra, considerada como la primera biografía relevante del poeta, fue publicada en México en 1957 y reeditada en 1962, cuatro años antes de la muerte del periodista, acaecida en 1966. Una biografía que el autor no pudo ver publicada en España y ahora llega a quienes no tuvimos ocasión de leerla en aquellos años, desvelando testimonios inéditos de la vida de Federico y, sobre todo, mostrándonos la talla intelectual y literaria de uno de los más señeros escritores del siglo XX, amigo fiel y mano derecha del político canario Juan Negrín, portavoz del Consejo de Ministros del último Gobierno republicano, director de La Vanguardia de Barcelona, fundador de periódicos en España y en México, acompañante de Federico en sus paseos por Córdoba y poeta sin tiempo para escribir poemas porque su numerosa familia no le permitió nunca una actividad no retribuida, como confirma Francisco Expósito Extremera, vicepresidente del Grupo Cultural Amador de los Ríos y prologuista del libro de Vázquez Ocaña.

Cuando José Javier Rodríguez Alcaide, catedrático emérito de la UCO, afirma que esta biografía no es historia sino fuente para la historia del poeta granadino, marca singularmente el carácter de una publicación que supera la materia histórica para convertirse en ciencia historiográfica. Vázquez Ocaña es comparable a Pedro Salinas. Ambos trascienden la historia y la crítica literaria para convertir sus textos en verdaderas obras de creación, aportando al valor exegético de sus investigaciones el don insobornable de la palabra bien escrita. Porque leer García Lorca. Vida, cántico y muerte no es solo la iluminación ética de un hombre que tuvo el honor de compartir experiencias vitales con el poeta de Granada, sino sobre todo un gozo estético que nos advierte de que es posible la conjunción a la que aspiraban los clásicos del anhelado prodesse et delectare, el admirable tópico horaciano de deleitar instruyendo, de solazar enseñando.

Es breve el espacio para indagar en el entramado de la naturaleza poética que traspasa como un cauce lírico esta biografía modélica. No es preciso ahondar en su lectura para encontrar párrafos esclarecedores: «Su muerte, aunque adolezca del patetismo inverosímil de un laurel tronchado por un toro zaíno, rencoroso y sucio, solo añade a su peana de marfil y piedras preciosas coronas de ira» (p. 57). Las relaciones entre literatura e historia, aunque mucho se ha tratado sobre ellas, no han sido todavía suficientemente sopesadas. Para algunos puristas, el exceso de belleza aminora la supuesta verdad logística, resignados sabedores de que el valor documental no estriba en el talento literario del autor proactivo sino en la conciencia o el compromiso de quien estaba destinado a transcribir cualquier memoria a las generaciones sucesivas. Pero lo que no podemos obviar es la interacción de ambas disciplinas y la capacidad gnoseológica de la literatura para penetrar en el tejido de las sociedades y explicar fehacientemente lo que ni siquiera pueden aseverar los documentos concertados por cualquier ordenamiento. Precisamente, uno de los grandes valores de esta obra, que el propio Ian Gibson, biógrafo oficial de Lorca, ponderó en diferentes ocasiones, es la virtualidad que ofrece el texto poético para comprender el alma del poeta y los estados esenciales o anecdóticos que confluyeron en su cosmovisión del mundo. Francisco Expósito prologa el libro tras defender en 2015 una tesis doctoral centrada en la figura del escritor baenense, iluminando al lector en su grato periplo por las páginas magistrales de esta obra.

LA EDICIÓN

Una enjundiosa introducción de Antonio Ramos Espejo, que años antes había intentado reeditar el libro, nos acerca a los varios encuentros del poeta granadino con los intelectuales cordobeses que tuvieron la ocasión y la suerte de compartir con él vida y palabra: los periodistas y políticos Fernando Vázquez Ocaña y Joaquín García Hidalgo, el joven pedagogo Juan García Lara, el ingeniero Máximo Muñoz, el abogado Antonio Hidalgo y los escritores José María Alvariño, Juan Ugart, José María Ciria y Juan Bernier, el único de ellos que logró sobrevivir a la fratricida contienda.

La obra al cuidado (maquetación y diseño) de María Victoria Ruiz de Prado, coordinadora a su vez de la edición junto a Expósito, deviene enriquecida en esta nueva publicación por los dibujos y cartas autógrafas del artista y las fotografías familiares y con amigos de Federico cedidas para esta edición por la Fundación García Lorca. Quince capítulos conforman un libro imantado por la poderosa vena lírica de Vázquez Ocaña, calidad que se aprecia desde el título del prólogo («Una sombra en el atrio») hasta el de cada uno de los subtítulos. Aunque todo el libro constituye una joya bibliográfica en fondo y forma, me emociona especialmente el capítulo XIII, «La espiga y los presagios», en el que se recoge el episodio ocurrido en la localidad cordobesa de Fuente Obejuna, donde en 1935 se celebraba el tricentenario de la muerte de Lope de Vega, acaecida el 27 de agosto de 1635, con la puesta en escena de Fuenteovejuna, rememorando los hechos históricos del levantamiento contra el comendador mayor de Calatrava, Fernán Gómez de Guzmán, acaecidos en 1476 y recreados por la pluma excepcional del dramaturgo madrileño en su obra Dozena parte de las comedias de Lope de Vega Carpio, publicada en Madrid en el año 1619. En este capítulo y el anterior, «Años de plenitud», se narra con un lenguaje sorprendente la pasión de Lorca por el teatro al frente de La Barraca y su amistad con Margarita Xirgu. «esa mujer extraordinaria», que interpretaba a Laurencia, la valerosa heroína melariense capaz de desatar el coraje y la furia de todo un pueblo conculcado. Acudan a este libro para descubrir a un Lorca sumergido en el misterio de la palabra, eterno adolescente que representa la savia más pura y fragante del corazón de un pueblo.

Manuel Gahete.

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