De santos, cruces, cruceros y otros aparejos

Hasta no hace mucho, por nuestros caminos se podían encontrar diseminadas algunas vetustas cruces que, a modo de piedras miliares de la devoción, jalonaban las veredas queriendo rememorar tal vez algún hito antiguo, perdido ya para la memoria de los vivos, o suplicando del caminante una oración a cuenta de olvidadas mandas. También antes, por nuestras calles, era fácil tropezar con imágenes que, flanqueadas de farolillos y velas, adornaban esquinas y recovecos, expuestas a la veneración popular.

A veces estos monumentos, sencillos fustes de piedra rematados con una cruz, se encontraban a la salida de las poblaciones, aunque más a menudo solían situarse a orillas de los caminos, preferentemente en las encrucijadas,de ahí su nombre de cruceros. Por la costumbre de arrodillarse ante ellas pidiendo protección para el camino, también son conocidas como humilladeros. Tan antiguos como el paisaje mismo, en las templadas tardes de la primavera o el otoño, los humilladeros solían ser meta de románticos paseos y, desde sus gradas, las mocitas de la aldea esperaban el retorno del campo de padres, novios y cuanto el camino pudiera traer. El origen de estos cruceros lo tenemos que buscar en el carácter mágico que los pueblos indoeuropeos atribuyeron a los caminos. Y es que, de día por ellos transitan los vivos pero, como todo el mundo bien sabe, a la noche, por los caminos circulan los entes del ultramundo y penan sus culpas los difuntos.Los griegos tenían la costumbre de amontonar piedras en las encrucijadas, y cada viajero, al pasar, añadía una nueva piedra, pidiendo así protección para su camino.

Estos primitivos montones fueron sustituidos por unos pilares llamados hermas, que solían rematarse de un busto itifálico representando a Hermes, protector de viajeros y comerciantes, aunque también de ladrones y bandoleros. A las hermas, siempre adornadas de remas y coronas, se les ofrecían libaciones, frutos, pasteles y hasta algunos animales como pájaros o liebres, y durante las ceremonias, para propiciar la fertilidad y la fortuna,se permitía tocar el falo erecto que adornaba la cabeza del dios.En Roma se perpetuó la costumbre, pero, siendo los romanos esencialmente prácticos, en el fuste de la columna se grababan indicaciones sobre la dirección de los caminos y las distancias. Precisamente los romanos desarrollaron la antigua costumbre de hacer los enterramientos en los márgenes de los caminos, con lo que las hermas, cippos en su versión latina,, comenzaron también a tener un carácter marcadamente funerario, que entroncaba de modo natural con la concepción mágica de los caminos.Entretanto, el cristianismo, que siempre fue tan pragmático como oportunista, no tuvo mayores problemas en reconvertir estas columnas paganas por el expeditivo procedimiento de rematarlas con una cruz y, como novedad, levantarlas sobre unas gradas símbolo del Calvario, trasunto fiel e impensado del mito indoeuropeo del árbol de la vida. La nueva religión se apresuró a levantar humilladeros en los antiguos emplazamientos de las devociones paganas, los lugares de citas para aquelarres y en aquellos caminos donde era público y notorio que a la noche circulaban demonios y ánimas condenadas. Así, el viajero nocturno, tanto si topaba con algún ánima errabunda tanto si se deba de raíces con la estantigua al completo, que es cómo aquí se llama a la Santa Compañ, podía acogerse al amparo de la cruz.Pero como sabido es que tras la cruz siempre anda el diablo, las costumbres antiguas se resistieron y todavía en el siglo VI San Martín Dumiense, en su De correctione rusticorum, reprueba el que aún se encendiesen luces en las encrucijadas.

Seis siglos más tarde, el Ritual de Pruem testimonia el frecuente levantamiento de cruces en campos y caminos como protección a las cosechas, defensa contra gentes del más allá o testimonio de gratitudes por favores recibidos vía divina, a la par de un obispo anónimo nos informa que “los mancebos y vírgenes traían grandes danzas en las encrucijadas de los caminos”. De hecho, tardó mucho en desaparecer el antiguo carácter funerario de los caminos, tanto que el Códice Calixtino (siglo XII) aún lo cita como vigente. Castelao expresa así la conjunción de humilladeros y caminos, “la muerte, la noche, el camino y la cruz están unidos aquí en el origen de los cruceros”.Tras la Ilustración, las estantiguas, ánimas en pena, súcubos, trastos y otros quedaron muy devaluados, perdiendo rápidamente posiciones en el ranking de audiencia, y cruceros y humilladeros perdieron su carácter mágico pasando a estar sólo revestidos de su función religiosa. Los humilladeros perdieron su carácter mágico pasando a estar sólo revestidos de su función religiosa. Los humilladeros comienzan entonces a ser erigidos y costeados por particulares bien en acción de gracias por algún favor recibido o algún peligro sorteado, aunque mucho más comúnmente para sacralizar un lugar cuya naturaleza ha sido alterada por la muerte. Aún hoy día vemos, en versión más modesta, cómo las carreteras se jalonan de pequeñas cruces que señalan el lugar donde se ha producido alguna muerte, generalmente por accidentes de circulación.Los humilladeros, antes abundantes en nuestra comarca, han ido desapareciendo en tiempos recientes tanto por la incuria de las gentes que ya no están para simbologías religiosas, como por la ampliación de carreteras y caminos que se comieron literalmente el monumento.

Algunas cruces, por estar situadas en el arranque de los caminos, se han visto integradas en el perímetro urbano al expandirse la población, como en el caso del Parque de la Cruz en Fuente Obejuna, aunque la cruz primitiva fue sustituida en una remodelación reciente por una nueva más elaborada y sin simbolismo ninguno. Por el contrario, la cruz que se conserva en la plaza Manzanares de Alanís, de notable factura fálica, es un ejemplo meridiano de reutilización de elementos antiguos.Con similares propósitos de defensa contra elementos del más allá o como rememoración de algún sucedido milagroso, desde la antigüedad clásica ha sido costumbre hacer figurar imágenes de las divinidades en las fachadas de los edificios. Bien como pequeñas tallas en una hornacina excavada en la pared o bien como una sencilla representación pictórica, estas imágenes extendían su protección a viandantes, devotos y, naturalmente, a los habitantes de la vivienda cuyas paredes deban cobijo a la imagen. Su evolución y cristianización siguió pautas similares a los cruceros, pero entre los siglos XVI y XVIII conocieron tal auge que apenas sí quedó una calle sin su media docena de santos parientales.Podían ser muchos los motivos que conducían a las gentes a disponer de uno de estos retablos callejeros en sus fachadas, bien por un sincero fervor a algún santo, virgen o cristo de su especial devoción que quedaba así exteriorizada como cumplimiento de alguna promesa hecha en momentos de apuro resueltos gracias a la intercesión del santo candidato a auparse al retablo.

Otras veces eran causas externas al propietario, por ejemplo por disposición de la parroquia o del ayuntamiento que querían conmemorar así algún hecho piadoso allí acaecido. Muchas veces, las tales imágenes eran sólo una expresión de un fervor popular que tradicionalmente, por motivos olvidados, se hacía manifiesto en aquel lugar. También, en los siglos citados, contribuyó poderosamente a la proliferación de estas capilletas callejeras la imperiosa necesidad sentida por quienes temían que la Inquisición pudiese dudar de la sinceridad de su fe, bien por no ser cristianos viejos, bien por ser demasiado aficionados a la lectura o por algún desliz anterior, para lo cual, el posible sospechoso, se apresuraba a amurallarse tras de una de estas imágenes segradas que publicase bien a las claras su cálida fe e inquebrantable adhesión a los principios de la Iglesia Romana, no fuera a ser que …Con el tiempo, olvidados ya el motivo o la necesidad que habían erigido el retablo, frecuentemente, y previa concesión por parte del santo titular de abundantes gracias y favores, la devoción popular hizo de ellos objetos de su devoción, encontrándose siempre llenos de lámparas, velas, flores y exvotos. En los tiempos en que el alumbrado público era una entelequia, estas capilletas eran las únicas luces de que se podían servir los parroquianos para deambular por la noche como los atestiguan Mesonero Romanos en Madrid y, en Córdoba, Ramírez de Arellano.Hacia 1841 el Gobierno ordenó una puga general de estas imágenes callejeras en todo el país, salvándose muy pocas. En nuestra comarca, las que quedaron, salvo casos de auténtica devoción como la imagen del Cristo de la Humildad en la calle Maestra de Fuente Obejuna, han ido desapareciendo en los últimos años, ya que o bien se han desecho de puro viejas o, tras el enfriamiento de la devoción, el propietario del edificio las ha eliminado en alguna reforma, ahorrándose así problemas y suciedades de flores y ceras. Un ejemplo de viva permanencia, aunque sea extramuros, el la Fuente de la Virgen de Hornachuelos, de gran raigambre popular. (Francisco J. Aute)

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